Tijuana.- Mujeres migrantes encontraron en la cocina una forma de compartir experiencias y establecer vínculos que trascienden fronteras mientras esperan para entrar a Estados Unidos.
Karina y Valeria son ejemplo de ello, ambas residen en uno de los albergues para las personas en contexto de movilidad que arriban a la ciudad.
Como voluntarias preparan los alimentos que sirven a las personas con quienes comparten refugio y a la vez reparten un poco de su identidad cultural.
Además, aunque cada una de ellas proviene de distintas latitudes, tienen en común que vienen de un contexto similar.
Cocinar, compartir y resistir
Cocinar además de ser un acto de amor, se convirtió en una actividad envolvente que les permite desconectarse momentáneamente de la realidad que viven.
Y es que cada comida preparada lleva el toque culinario de sus lugares de origen preservando así un poco de su cultura.
Karina llegó de Michoacán hace más de tres meses acompañada de sus hijos, aseguró que agradece el recibimiento que le han extendido en el albergue.
Detalló que se siente feliz por poder contribuir y le da gusto hacer mostrar a sus compañeras la forma típica de preparar alimentos en su tierra.
“Nos acompañamos todas aquí para hacer la comida o atender eventos cuando se necesita. Nos sentimos felices” comentó.
Conociendo la comida mexicana
Compartir un plato de comida va más allá del acto de servir el alimento, implica tiempo de dedicación en una mezcla de sabores.
Valeria es colombiana y su primer contacto con un platillo tradicional y normalizado en México como el pozole, enmarcó una nueva experiencia.
Con pocas semanas en esta ciudad ya le tocó participar en una celebración en la que cocinó también para visitantes de otros albergues.
“En Colombia no tenemos pozole, sí hay caldos, pero son diferentes, a todo le ponen chile y ya aprendí que tienen tortillas de varios tipos”.
Explicó que en su país la sopa de mute es uno de los platillos que podría parecerse al pozole mexicano, pero es notoria la diferencia.
Además, se dijo sorprendida por las variantes de comida dentro del mismo país ya que el pozole que le tocó probar fue estilo michocano gracias a Karina.
Así, la cocina se ha convertido en un catalizador de comprensión y ayuda mutua que forma un espacio se seguridad para todas.
Espacios seguros para las mujeres migrantes
Para estas mujeres migrantes el camino no ha sido fácil, ambas huyeron de sus hogares para mantener a salvo sus vidas y la de sus familias.
Valeria recordó cómo antes de salir de su país tuvo que dejar todo sin embargo el recibimiento que ha tenido la motiva a resistir.
“Esto me hace llorar de alegría no de tristeza, Las señoras nunca hacen discriminación, es bonito que cuando uno es de otro país y se siente acogido”.
Por su parte, Karina aseguró sentirse agradecida con Dios y la organización que les brinda atención.
“Nos extendieron la mano dándonos un techo, un plato de comida y es lo que uno más agradece” reiteró.
La violencia como común denominador
Karina contó que la situación que se vive en su ciudad natal en Michoacán, no le dejó opción más que la de migrar.
Acompañada de sus hijos menores de edad, espera que llegue su cita en la aplicación CBP-One para presentar su caso en Estados Unidos.
A Valeria, la violencia la orillo a viajar a Ecuador antes de pisar suelo mexicano sin embargo aún no ha solicitado cita para el asilo.
Su hija y nieto de pocos meses de nacido vienen en camino hasta Tijuana para juntos hacer los trámites necesarios.
“Mis otros dos hijos se tuvieron que quedar en otras ciudades, allá en colonias privadas donde parece que hay seguridad”
Comentó que le preocupa saber que su hija está viajando con su bebé pero confía en que todo saldrá bien.
Lamentó que otros dos de sus nietos tuvieron que quedarse en Colombia con sus otros abuelos por decisión del padre que vive en Estados Unidos.
“Un día le contaré a mis nietos todos juntos lo que pasé para llegar hasta aquí, sabrán mi historia” afirmó la madre colombiana.
Sin saber a ciencia cierta qué ocurrirá en los próximos meses, ellas junto a otras mujeres migrantes continúan con sus vidas adaptándose día a día.
Conviviendo, aprendiendo e intercambiando experiencias, el lazo que forman logra que la mayoría de las veces, sigan en contacto una vez que dejan el albergue.