El mayor problema que ha tenido José en la Ciudad de México es el encontrar empleo. Recuerda la ocasión en la que el problema de discriminación laboral por la edad le jugó en contra y comenzó su anécdota.
“La última entrevista que tuve con una empleadora fue en un restaurante de sushi”, cuenta. “Me dijo que al gerente del restaurante le había gustado mi actitud”.
Solo faltaba afinar algunos detalles para que José comenzara a laborar y por fin dejara de lado los problemas económicos por los que pasaba. Los papeles estaban en orden y su disposición no era cuestionable; estaba decidido a trabajar “para conseguir plata”.
La empleadora le solicitó que se acercara a la sucursal de un banco para poder abrir una cuenta nómina; el camino parecía iluminarse con bonanza, pero al regreso, un balde de agua helada le cayó sobre el cuerpo, empapando su alma.
“De regreso me dijo que su jefe le había dicho que no me podía contratar porque no tenía la carta de antecedentes penales y el INE”. José no estaba informado de esos requisitos y se dispuso a investigar por su cuenta.
“Después me dijeron que eso no se necesita para emplearme, que eso no se les otorga a las personas para trabajos privados, solamente para cargos públicos”. Se sintió desconcertado y frustrado al mismo tiempo. “Ya tenía, como dicen, el trabajo amarrado, y de golpe no sé qué pasó que se me salió de las manos”, finalizó para dar pausa a un silencio fúnebre, propio de la muerte de su ilusión.
Recuerdos de Maiquetía
“En Venezuela, prácticamente para el año 2015 me sentía bien, podía vivir con mi sueldo. Soy jubilado y me alcanzaba para comer. Me había separado de mi esposa, pero me alcanzaba para comer y comprar medicamento”, recuerda José con brillo en su voz.
La depresión vio una puerta abierta en su vida con la separación de su esposa. “El divorcio me pegó mucho, yo creo que ahí empecé a deprimirme”. Posteriormente, los tiempos, el contexto y la vida misma le jugarían en contra.
En 2019, José viajó a Orlando por cuatro meses, donde se refugió temporalmente en casa de un hermano. Por un momento se sentía libre, pleno y lejos de la depresión; sin embargo, retornó a su patria y para 2020 todo se complicó.
“En 2020 todo se complicó con la cuestión de la pandemia y también la situación de Venezuela yo digo que empezó a empeorar; cada día está peor. Y bueno, la soledad de estar encerrado en un apartamento y viendo que ya el dinero que me daban de pensión no me alcanzaba”, recuerda José. Poco a poco, su salud mental y física se iban deteriorando.
Discriminación laboral, falta de dinero y depresión
José recuerda con amargura la época de su regreso a Venezuela. “Estar encerrado, con falta de dinero para comer, la escasez de medicinas, la inseguridad y no poder salir por la pandemia me deprimió por completo. […] A veces me levantaba, despertaba y decidía que ya no quería despertar. Era bastante difícil”.

Sabía la importancia de atender su salud mental y sentía la necesidad de acudir con un especialista. Sin embargo, le resultaba imposible.
“En Venezuela yo quería verme con un psicólogo; lo que pasa es que allá me cobraban 40 dólares en una consulta y yo ganaba seis dólares mensuales”, dice.
En ese momento, José decidió que lo mejor era salir de su patria en busca de una vida digna. Él estaba dispuesto a irse a cualquier costo. Y entonces comenzó su duelo.
*
Esta es la tercera parte de una historia de cuatro entregas sobre la historia de José. Al igual que otros millones de venezolanos, él tuvo que abandonar su tierra por la crisis social y económica que el país atraviesa desde hace algunos años. El proceso personal de José (y de miles de migrantes más) está atravesado por la depresión, la discriminación laboral pero también la esperanza. Consulta las otras entregas de este reportaje: