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#HistoriasDeDeportados | Puesta en libertad, pero separada de su familia

Josefina C. fue puesta en libertad tras 18 meses de detención el día en que cumplió 49 años. En vez de alegrarse, sintió solamente tristeza.

Josefina C. fue puesta en libertad tras 18 meses de detención el día en que cumplió 49 años. En vez de alegrarse, sintió solamente tristeza. La liberación fue seguida por la deportación inmediata y la separación de sus dos hijas y 20 años de vida en Estados Unidos.

Tras todos esos años en este país, lo único que pudo llevar con ella a México fueron cinco monedas y algunas cartas que su hija mayor le envío desde Emory and Henry College, donde había recibido un beca completa.

“Es todo lo que tengo”, dijo mientras miraba las cartas y las monedas que apoyó sobre el escritorio donde la entrevistó Human Rights Watch.

Había sido deportada antes, y al igual que muchas madres indocumentadas que intentan regresar con sus familias, Josefina se encontró perdida en el desierto y al borde de la muerte por deshidratación cuando la detuvieron en septiembre de 2015.

Fue condenada a pasar 10 meses en una cárcel federal por intentar volver a ingresar en Estados Unidos, y luego pasó tiempo adicional en detención inmigratoria, esperando a ser deportada. Josefina quería hacer todo lo posible para permanecer en EE. UU. y pidió asilo. Sin embargo, su pedido fue rechazado.

Josefina dijo que fue deportada por primera vez en agosto de 2015 tras haber sido detenida tres meses antes por usar el número del seguro social de otra persona para pedir asistencia pública.

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Explicó que se vio en la necesidad de hacerlo porque su esposo se había lesionado la espalda en un accidente y no podía trabajar. “Cometí el error de solicitar cupones para alimentos y asistencia pública, pero con los nueve dólares [por hora] que estaba ganando no podía mantener a mis dos hijas y cubrir sus gastos médicos. Me equivoqué, pero sentí la necesidad de hacerlo”, contó.

Intentó regresar a Estados Unidos, pero luego de caminar durante tres días, se lesionó el tobillo y el grupo con el cual viajaba la abandonó en el desierto.

Josefina dijo que había decidido regresar a Carolina del Norte para ayudar a sus dos hijas,  “Elena”, de 17 años, y “Laura”, de 19. Desde el accidente de su esposo en 2014, había sido el único sostén económico de la familia. “Tenía que volver por mis hijas”.

A Elena le apasiona todo lo relacionado con informática y tecnología. “Desde pequeña arregla computadoras. Nuestros vecinos le traían aparatos y ella los reparaba”.

“La pasión de Laura es la medicina. Este año recibió una beca completa para poder cumplir su sueño de convertirse en médica… ellas son mi orgullo y una fuente de satisfacciones para mí”, dice sin poder evitar que se le dibuje por primera vez una sonrisa en el rostro.

Josefina había trabajado en una fábrica de embalaje de plásticos. Dijo que, en julio de 2014, sus jefes y compañeros de trabajo organizaron un pequeño festejo a modo de reconocimiento por su arduo trabajo y por los seis años de servicio cumplidos en la empresa.

Mientras nos contaba sobre su vida en Carolina del Norte, sacaba postales de la universidad de su hija y decía que se la imaginaba caminando por los pasillos.

Pero para Josefina, el futuro no parece tan auspicioso como el de su hija.


Esta historia fue originalmente publicada en Human Rights Watch. Si gustas leer esta y otras historias puedes hacerlo en el siguiente enlace: LOS DEPORTADOS.

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