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Cruzando Líneas | Lucrar con el dolor ajeno

La vida sí supera a la ficción, pero nos hacemos inmunes cuando nos gana la ironía en ella.

Hay mitos que son sencillos de contrarrestar. Después de la vacuna contra el coronavirus no había cuchara que se me quedara pegada en el brazo como aseguraban algunos conspiradores en la pandemia. Tampoco se me cayó el pelo, mi comadre no quedó estéril y mi hija sí se contagió, a pesar de lo que decían en la calle.  La ciencia se encargó de refutar una a una esas suposiciones que parecían inofensivas, pero nos contagiaban de dudas y desinformación.

Pero hay noticias falsas que son más difíciles de derribar. Esta semana, por ejemplo, hubo medios de comunicación que publicaron que una niña migrante había sido violada 67 veces, por 67 hombres diferentes, antes de llegar a la frontera de México con Estados Unidos. Hubo indignación colectiva. ¿A dónde hemos llegado?, se cuestionaban. La narrativa formaba parte de artículos que tenían un trasfondo político: crear miedo y apoyar la moción de designar a los carteles de la droga como organización terrorista. 

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Las notas carecían de consistencia, contexto y fuentes. En una nombraban a la menor como si hubiera sido la pequeña que murió en custodia de las autoridades de migración estadounidenses en abril de este año. Otras citaban a un político republicano con una tendencia conservadora y antiinmigrante como la fuente oficial. Algunas más hablaban de acceso a archivos médicos a los que difícilmente alguien podría tener acceso y usaban la frase “medios nacionales e internacionales reportan”, que encendía todos los focos rojos del periodismo. 

Era un cuento demasiado cruel que nos comimos hambrientos.

Cuando se fabrican historias como esta, el efecto es contraproducente. Las verdades a medias también son mentiras. Es revictimizar a una comunidad que ha sido violentada por el sistema, las leyes, la pobreza, la violencia y ahora los medios; se lucra con la misera, insisto, siempre ajena.

El abuso sexual de menores migrantes es real, de cualquier lado de la frontera. De acuerdo con la organización Save The Children, unos 4 mil niños están en peligro de ser abusados durante su travesía o cruce de México a Estados Unidos. Sí pasa y se habla muy poco de ellos. Está el secretismo, la culpa y la victimización, está el sistema corrupto y la medalla al sufrimiento; está el silencio que cala y la vergüenza que pesa. 

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Tenemos no solo la culpa de creernos todo lo que nos cuentan, sino también de explotar un abuso que pudo haber sido real. La vida sí supera a la ficción, pero nos hacemos inmunes cuando nos gana la ironía en ella.

Tenemos la responsabilidad de leer más allá del titular de una nota que quizá fue escrita por inteligencia artificial y no es siquiera editada por humanos o distinguir cuando un encabezado tiene la intención de liderar las búsquedas en línea y no la mirada inquisitiva de un público hambriento de noticias.

En el mundo ideal, el periodista debiera desnudar cada contexto y examinar cada fuente, respaldar con datos y testimonios, corroborar y volver a preguntar. Uno debiera dudar de todo. Y cuando no lo hacemos, todos dudan de uno.