La tranquilidad en que Nadia Gutiérrez y su familia vivían en una zona residencial de Dallas, Texas, terminó una noche de agosto. Mientras ella dormía, un oficial del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas irrumpió en su hogar y arrestó a su padre. Los ruidos del suceso la despertaron y asustada corrió a la recámara de su hermanito. Ambos menores, entre lágrimas, fueron testigos involuntarios del violento arresto de su padre.
Nadia de nueve y su hermano de siete años son ciudadanos norteamericanos hijos de padres no autorizados, comúnmente llamados “indocumentados” en el discurso político. Junto a su madre, los niños tuvieron que trasladarse al estado de Hidalgo, en México, por miedo a ser separados de su progenitora. Su padre permanece en Estados Unidos mientras espera la resolución de su caso frente a un juez. En ese país, ser inmigrante indocumentado implica severos castigos que van desde deportación a meses o años de cárcel, y varían para cada caso.
En los últimos años, la deportación de inmigrantes indocumentados en Estados Unidos se ha incrementado significativamente, lo que implica separaciones familiares y rupturas de proyectos de vida en ese país. Según el Pew Hispanic Center, cerca de la mitad de todos los inmigrantes no autorizados tiene hijos menores que son ciudadanos estadounidenses.
Muchos inmigrantes indocumentados con hijos ciudadanos estadounidenses a menudo son detenidos y deportados. De acuerdo con el artículo The distress of Citizen-children with detained and deported parents, estos infantes son ignorados en los debates sobre inmigración y en las políticas y prácticas de cumplimiento, y a menudo corren el riesgo de ser separados de sus padres. Esta situación puede generar en los niños y adolescentes efectos psicológicos negativos cuando sus familias se fracturan y desestabilizan por el arresto, la detención y la deportación.
De acuerdo con Guillermina Natera Rey, investigadora y titular de la Dirección de Investigaciones Epidemiológicas y Psicosociales del Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente Muñiz (INPRFM), en México hay cinco millones seis mil niños mexicanos y norteamericanos hijos de padres inmigrantes indocumentados. Un porcentaje importante de estos infantes se ve afectado por problemas de depresión y ansiedad porque rompen con los vínculos afectivos que tienen en Estados Unidos y extrañan su anterior estilo de vida. “Son niños que vivieron la educación escolarizada, han incorporado una cultura y la lengua de ese país”, dice.
Al llegar a México, en el proceso de adaptación estos niños se enfrentan a situaciones completamente distintas que rompen con su equilibrio emocional. Por un lado, en el ámbito académico los infantes están desprotegidos al no existir programas dirigidos a su integración escolar, pero además enfrentan dificultades para recibir servicios básicos de salud y educación, debido a que carecen de documentación (actas de nacimiento, por ejemplo) para incorporarse a los programas mexicanos. A este panorama se suman problemas financieros, el desequilibrio y desintegración familiar.
“Los niños se sienten desamparados en la escuela: desconocen aspectos de la historia y geografía del país, asignaturas en las que están en desventaja, o bien están muy preparados y cuando llegan acá la estrategia educativa no es la misma. Hablan español de forma distinta y por esto son susceptibles al acoso escolar”, comparte la investigadora.
Enojo, tristeza, incertidumbre, impotencia, confusión, desolación, estrés, depresión y ansiedad permean en el día a día de estos niños que, sin desearlo, han llegado a un país que apenas conocen.
Depresión y ansiedad
Guillermina Natera Rey, maestra en psicología social, realizó una investigación para explorar la salud mental de los niños hijos de padres deportados y de aquellos que por iniciativa propia decidieron volver a México por temor al clima político cada vez más hostil hacia los inmigrantes mexicanos en los Estados Unidos.
En entrevista para la Agencia Informativa Conacyt, Guillermina Natera, miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), dice que los niños que experimentan la deportación de uno o ambos padres muestran síntomas significativos de depresión y trastornos de ansiedad. Estas condiciones permanecen incluso casi un año después del suceso y ocasionan una serie de problemas en la salud mental de los infantes.
De hecho, desórdenes como la depresión, ansiedad, fobias, diversos síndromes dolorosos crónicos, abuso de drogas, violencia familiar, desórdenes de conducta y mal comportamiento de niños y adolescentes, e incluso esquizofrenia, han sido descritos en poblaciones emigrantes, de acuerdo con distintas investigaciones al respecto.
La depresión clínica, por ejemplo, se manifiesta en conductas de aislamiento, insomnio, estrés, enojo, y estas pueden conducir a situaciones violentas hacia los demás.
Para la investigación a cargo de Guillermina Natera, se realizaron entrevistas a niños de nueve a 14 años de edad, porque es durante esta etapa cuando los individuos presentan cambios a nivel intelectual y en el desarrollo de habilidades sociales. De acuerdo con especialistas, un cambio drástico en su estilo de vida puede ocasionar problemas psicosociales que afecten su desarrollo personal.
Por un lado, los niños de padres deportados de forma violenta, o bien que son testigos de la detención, visitan al padre o madre en prisión, o cuando viven separaciones más largas por la deportación, por ejemplo, sufren una crisis emocional muy fuerte porque en muchas ocasiones desconocen la situación de sus progenitores. Tienen más afectaciones asociadas al temor de perder a sus padres y la incertidumbre sobre su futuro, comparte la doctora Guillermina Natera.
La otra cara de la deportación
En contraste, algunos niños hijos de migrantes se adaptan con éxito al país de acogida. La familia los arropa y estos tienen la posibilidad de conocer a sus parientes mexicanos. Guillermina Natera dice que los niños tienen también sentimientos encontrados.
“Hay esta ilusión y esta felicidad ambigua entre los niños en los que el abrigo y arropamiento de la familia mexicana les da mucha alegría, pero no saben si es temporal o permanente y eso les crea mucha ansiedad. Algunos niños refieren que acá son libres de salir a la calle y jugar; en Estados Unidos, los hijos de padres sin papeles no tienen permiso de salir a la calle por miedo a ser deportados. Al sentir una libertad en México, tienen otra perspectiva. Estas dubitativas si no se atienden, pueden crear una marca en la psicología y salud mental de los niños que por este tipo de situaciones están en continuo estrés”, dice.
La mayoría de los niños que formaron parte del estudio fue deportada a México junto a sus madres, mientras que sus padres cumplían una condena o se quedaron a trabajar en Estados Unidos.
“Lo importante es que los países cuiden de sus conciudadanos y no tratarlos como lo hacen actualmente, separándolos abruptamente de los padres. Debe procurarse su atención porque a todo esto hay siempre una situación traumática”.
Por otro lado, Guillermina Natera reconoce que en materia de educación es necesario implementar programas que permitan la incorporación de los hijos de migrantes deportados al sector educativo mexicano, aunque actualmente existe el Programa Binacional de Educación Migrante (Probem), cuya actividad es proporcionar la atención educativa a este sector de la población.
Más adelante, la investigadora publicará un análisis comparativo sobre la salud mental de niños que llegan a México tras la deportación violenta de sus padres y aquellos que se establecen en el país por decisión de sus progenitores.
Los que se quedan
En otro proyecto, a cargo de la Universidad de Arizona, la Universidad de California en Davis, de Estados Unidos, y el INPRFM, los investigadores entrevistaron a niños hijos de padres no autorizados que permanecen en territorio norteamericano, pero que sus progenitores fueron deportados.
En referencia a ello, los especialistas identificaron que la carga de problemas de salud mental se extiende a estos niños porque están en forma concomitante afectados por las políticas de control migratorio dirigidas a sus padres.
“Los niños afectados por la deportación de sus padres informaron este suceso como un trauma importante en su vida”, señalan los investigadores participantes en el estudio, investigación publicada en la revista Child: Care, Health and Development.
Los autores del artículo refieren que son los niños quienes sufren las consecuencias más graves asociadas con el control de la inmigración. De ahí que los especialistas comienzan a considerar el estatus migratorio como un determinante social de la salud.
Texto Carmen Báez / Agencia informativa Conacyt