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#HistoriasDeDeportados | Tiene que volver por sus hijos

Placa en el puente entre Laredo, Estados Unidos, y Nuevo Laredo, México
Mateo D. busca volver con su familia a Estados Unidos, aunque eso le cueste la vida en el desierto.

“Es por esto que tengo que volver”, murmuró “Mateo D.”, de 38 años, mientras contemplaba en su teléfono una fotografía de tres niños pequeños sonrientes. Era el 13 de junio, y Mateo estaba en un centro de recepción de personas deportadas en Nuevo Laredo, México, pensando en los pasos a seguir.

“Volver”, para Mateo, implicaría tener que pagar 7 mil dólares para cruzar a pie el desierto con un guía durante cuatro días —con el riesgo de que lo atrapen, lo envíen a prisión y vuelvan a deportarlo—, o incluso morir de un ataque cardíaco o a manos de bandidos.

Pero no puede imaginar otra alternativa, porque sus hijos nacidos en Estados Unidos están pidiendo por él. “Summer, la pequeña, quiere que papá le prepare sus tortitas de chips de chocolate con mantequilla de maní y rodajas de banana”, nos contó con una sonrisa melancólica.

La historia de Mateo D….

Mateo contó que hizo su primera travesía para cruzar la frontera con su madre y su hermana, cuando tenía 11 años. Se establecieron en Delano, California, donde la Unión de Campesinos de César Chávez y la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días les dieron acogida. Contó que la iglesia lo ayudó a obtener la valiosa tarjeta de residencia, aunque no recuerda cómo.

Cuando estaba en noveno grado, la familia se trasladó a Pasadena, Texas. Mateo dijo que terminó la escuela secundaria allí, obtuvo un empleo como cocinero en Denny’s y pudo mudarse a su propio apartamento en una zona de la ciudad venida a menos.

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Los problemas comenzaron así…

Alrededor de 2005, contó, salió para comprar un refresco en la tienda de la esquina y se detuvo para responder una llamada en su teléfono celular por un posible trabajo en Red Lobster. Casi no vio que había tres jóvenes cerca de él en la acera, hasta que escuchó las sirenas de varios vehículos de la policía que se acercaban, llevando a agentes que mostraban sus armas. Ordenaron a los tres hombres que se recostaran en la acera y, según cuenta, aprehendieron a Mateo D. por si acaso.

Fue acusado de vender drogas. Cuando alegó su inocencia, recuerda, el abogado designado por el tribunal le dijo: “Sí, todos dicen eso. ¿Quieres seguir haciéndote el tonto?”. Entonces Mateo se declaró culpable. Contó que cumplió seis meses de una condena de tres años, le quedó un prontuario por delitos graves y fue deportado, pero que volvió a cruzar la frontera.

Su vida después de prisión…

En Friendswood, Texas, Mateo encontró un buen trabajo en remodelación de viviendas, conoció a Ashley, una ciudadana estadounidense, y se casó con ella. En cuatro años, tuvieron un niño y dos niñas. El Sueño Americano del que su madre le había hablado cuando lo llevó por primera vez al norte, cuenta, finalmente se estaba haciendo realidad, hasta un día de marzo, en Wal-Mart.

Mateo contó que llenó su carrito con juguetes para su hijo de siete años, artículos para el hogar e ingredientes para preparar sus “Frito pies” predilectos, y que no quedó lugar para la máquina de cappuccino que deseaba comprar para Ashley y él. La colocó en el estante debajo del carrito y pasó por la caja, pero olvidó ponerla en la cinta. La alarma de la tienda sonó cuando salía, y terminó en la cárcel con un cargo por hurto. El cargo fue desestimado, pero quedó detenido por motivos de inmigración y, a continuación, lo subieron encadenado a un autobús para llevarlo a Nuevo Laredo. Sus hijos preguntan constantemente cuándo regresará, y él no puede darles una respuesta.

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