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Cruzando Líneas | La dualidad del migrante

Yo también soy y luzco como migrante. Las fronteras me cruzaron y yo a ellas, y no me voy, pero tampoco me quedo. Tengo raíces en dos tierras, que un día fueron una y yo las remiendo con historias para unirlas de nuevo.

¿Cómo se ve un migrante indocumentado?, le preguntaron a Jan Brewer en medio de una rueda de prensa en 2010. La entonces gobernadora de Arizona se quedó sin palabras. Le temblaron las manos, como siempre que se ponía nerviosa. No podía contestar; sabía que escupiría sandeces desde su privilegio. No sé, mintió, luego de promulgar la SB1070, “la madre de las leyes antiinmigrantes”. 

Ha pasado más de una década y no hay un político que se atreva a dar una respuesta a esa interrogante. Les cuesta admitir que, para ellos, casi todos los migrantes somos iguales; casi. Los extranjeros blancos y adinerados no son cuestionados; nosotros, los morenos y con acento marcado, seguimos con un blanco en la espalda y una insignia en la frente, no importa si llegamos con papeles, nacimos o nos naturalizamos, si parimos a estadounidenses o si seguimos indocumentados. Desde las alturas de la prerrogativa anglosajona, todos nos vemos iguales.

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Lo sé porque nunca me dejan de preguntar de dónde vengo. Si respondo de Arizona, donde está mi casa, donde trabajo y crío, donde gasto y contribuyo… donde he parido, me cuestionan de nuevo, “sí, pero ¿de dónde vienes?”. Vengo de Phoenix, repito, y se hace un silencio incómodo. Se me nota lo fronteriza hasta en el carácter recio. 

Me presento siempre diciendo que soy mexicana, latina y migrante. Esa es mi identidad. Es de dónde soy, dónde vivo y de dónde vengo. Soy la dualidad de la frontera. Es tener un pie de cada lado del muro y nuestra fertilidad siempre burlada y violada en el centro. Soy de aquí y de allá. Soy de donde estoy. Soy la de los labios rojos, los aretes étnicos y la sonrisa descarada. Soy lo que les molesta que sea: el rostro de sueños cumplidos sin dejar de soñar ni de triunfar. Yo también soy y luzco como migrante. Las fronteras me cruzaron y yo a ellas, y no me voy, pero tampoco me quedo. Tengo raíces en dos tierras, que un día fueron una y yo las remiendo con historias para unirlas de nuevo.

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Conozco a personas en situación irregular migratoria que hablan mejor inglés que yo, que nunca han estado en México, que conocen el sistema desde dentro, que no entienden español, que conducen un auto del año, que tienen negocios exitosos, que disimulan su pesar y que no han encontrado una manera de sacudirse sus sombras. También he descubierto muchas Malinches; residentes y ciudadanos que traicionan sangre y cultura, que viven del gobierno, que se escudan en la doble moral y que explotan a los suyos y se aprovechan de cualquier necesidad. De frente, quizá se ven igual. Las espaldas los delatan. El indocumentado es el que recibe las puñaladas y nunca deja de sangrar. Ni todos buenos ni todos malos; insisto, ni todos santos ni todos pecadores. 

¿Cómo se ve un migrante indocumentado? Como ellos, como yo. ¿Cómo se ve alguien con papeles? Como ellos, como yo.