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#HistoriasDeMigrantes: José y su troca con cabeza de buey

La historia de José es la de muchos migrantes: llegó de niño, se hizo una vida y la suerte le jugó una mala broma. Te invitamos a leerla.

José tenía 12 años cuando llegó a Dallas.

Tiene un vago recuerdo de cómo fue que sus padres decidieron arriesgarse con todo y “chamacos” para venirse a Texas.

“Llegamos a casa de una tía que ya tenía algunos años viviendo acá; ella es hermana de mi papá y vivía en esa casa con sus hijos”.

José recuerda que era una casa en la parte sur del centro de Dallas, “una zona de puro morenito”.

El barrio no era muy seguro. Incluso hoy, 28 años después de aquella época, las cosas en el vecindario no han cambiado mucho; aunque José ya no vive ahí, solo la tía, quien ahora está sola.

Hoy, a mi tía “ya se le va la onda, está muy mal. Ya no oye, de a veces ni te reconoce”, dice con cierta tristeza José, quien se ha dedicado a la construcción.

Primero estuvo en una empresa que colocaba concreto para la fundación (cimientos) de edificios en el centro de la ciudad.

Después, un amigo lo invitó a poner roofing (techos en casas), y ahora es contratista: jala con varios compas de México arreglando casas.

Con casi tres décadas de no pisar su ciudad natal en el estado de Coahuila, hoy está pensando seriamente en regresar a México para quedarse.

Su padre lo hizo al poco tiempo de estar en Estados Unidos, no le gustó la vida de acá “y se retachó pa’tras”, dice José mientras se acomoda la gorra de los Cowboys en su cabeza humedecida por el sudor, provocado por el abrazador calor del verano.

El termómetro en Dallas marca los 101 grados Fahrenheit, cerca de 40 grados centígrados, y José coloca unos gabinetes de cocina en una casa que está remodelando.

Y dice con nostalgia:

Siento que aquí no he hecho nada, he desperdiciado el tiempo; simplemente ya me aburrí. Tengo unos terrenos en Coahuila y mi papá es quien está a cargo de ellos desde que se fue de vuelta atrás; y también de los animalitos que tengo ahí, pero siempre me anda pidiendo money para mantenerlos, yo creo que me está robando”, confiesa mientras hace un gesto de enfado.

Asegura que como su papá sabe que se hace buena feria en Estados Unidos, cada mes le pide dinero para el mantenimiento del rancho y de los animales, y eso lo tiene molesto con sus familiares de México.

El piso de la casa en la que trabaja está lleno de botes de pintura abiertos y algunas brochas usadas tiradas sobre un plástico negro.

En una de las esquinas de la cocina está un celular conectado a la corriente eléctrica y de él sale un corrido distorsionado que tararean José y sus compañeros de trabajo.

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Conexión Migrante
Foto: Especial.

El orgullo de José

Sus hijos nacieron aquí en Dallas, ellos ya son americanos; tiene dos mujeres y un hombre, todos ya mayores de edad. José está separado.

“Mi hija siempre me dice: papá, arregla tus papeles, yo te puedo pedir…”

Pero él prefiere seguir como llegó: de incógnito. Finalmente, tras casi 30 años, así ha sido su vida y no le ve mayor problema.

“Cuando me llegan a parar los policías de por aquí de mi casa, ya me conocen y me dicen: ‘ay, José, otra vez tú'”.

Y cuenta con orgullo que lo paran los fines de semana porque, ya con unas cervezas, le gusta echar sus arrancones en su troca.

Es una 4X4 diésel, que ruge como león enjaulado cuando le pisa el acelerador. Le puso una osamenta de buey en la parte delantera a la que le pintó los cuernos de negro y la cabeza de blanco. Es inconfundible.

“Y le quiero poner otra más abajo, se va a ver con madre la troquita“, dice con singular alegría.

José es un hombre nacido en el norte de México, debe pesar poco más de 110 kilos y medir aproximadamente un metro setenta.

Tiene 40 años y renta una casa pequeña en la ciudad de Dallas. Vive solo, aunque, para ganarse unos dólares más, le alquila uno de sus cuartos a un señor mayor que también es de México.

“Ese viejillo está medio mal de la cabeza; sale de la casa en shorts y en camisa en pleno invierno y cruza la calle sin saber a dónde va… el otro día me avisaron unos vecinos que estaba tirado a media avenida”.

Yo creo, cuenta José, que ya se le va la onda, pero mientras a mí me siga pagando su renta, que haga lo que quiera, sentencia.

No parece importarle mucho el estado de salud de su inquilino. Él asegura que llegó a su casa por un amigo en común que le pidió ayuda para buscarle un sitio en donde vivir; aunque la historia real detrás de la que José cuenta solo él la sabe y quizá se la llevará a la tumba.

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Hace apenas unas semanas, José vivió uno de sus peores momentos desde que está aquí.

Eran como las 6 de la mañana de un domingo, día de descanso.

Pero la noche anterior cayó una tormenta inusual para la temporada. El viento fue tan fuerte que las noticias alertaron de un posible tornado, fenómeno natural bastante común en esta zona de Texas en meses de lluvia, pero no en pleno verano.

“Toda la noche estuvo tronando y no paró de llover”, recuerda José, quien a la mañana siguiente experimentó un dolor que le cambió la vida: le habían robado su troquita blanca con todo y cabeza de buey.

Conexión Migrante
Foto: Especial.

No podía creer que alguien se hubiera atrevido a entrar a su garage y sacar la camioneta; su medio de transporte, su herramienta de trabajo, su orgullo migrante; sus años de esfuerzo se le vinieron abajo.

“Este simplemente no es mi año“, se repetía mientras golpeaba con sus gordos nudillos la pared.

Fue con el vecino para preguntarle si él había oído o visto algo.

“Le pedí que me dejara mirar sus cámaras de seguridad, él tiene unas en su casa, pero no quiso; le rogué que me dejara verlas, pero sencillamente se negó“.

Denunció a la policía el robo y ahora está a la espera de una respuesta de “la aseguranza” para recuperar algo de dinero y poder comprarse otra.

“Me dicen que se resolverá en un mes, aproximadamente, y entonces ya veremos qué me dicen; de mientras, le pediré su carro a mi hija”, dice, resignado.

“Ahí estaba toda mi herramienta de trabajo: taladros, martillos, cortadora, niveles, todo, todo, todo. Este es un golpe que me llevará a la calle de la amargura”, se lamenta una y otra vez José.

Hubo tanto ruido esa noche que no se escuchó cuando se la llevaron, narra José. Lo más seguro es que la han de haber arrastrado sin prenderla y así se la llevaron; además, tenía poco diésel y tuvieron que pararse en alguna gas a cargar.

La Policía dice que en los videos de las calles no “se mira nada. De seguro esa camioneta ya está en México, la están vendiendo allá”.

Ahora, sin camioneta y sin herramienta, José buscó a su amigo con el que trabajó cuando recién llegó a Dallas, hace más de 20 años, echando cemento para edificios, y le pidió chamba.

Empezó hace unos días. El amigo le consiguió “el jale” y ahora José inicia sus labores en las madrugadas, justo cuando debe ponerse el cemento.

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