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Violencia antiinmigrante en Estados Unidos: debates y desafíos para la frontera sur

De acuerdo con el doctor del Colef, Oscar Misael Hernández Hernández, en la mayoría de los casos, los tiradores son hombres blancos, que utilizan armas de fuego automáticas y la violencia es contra inmigrantes

Recientemente en Estados Unidos se vivieron episodios de una violencia enfocada hacia la población inmigrante, los cuales trascendieron a nivel internacional por el número de personas muertas y heridas, en particular de origen mexicano.

Este documento tiene como objetivo hacer una reflexión y análisis de dicha violencia, la cual se hizo visible a través de balaceras en diferentes ciudades de la unión americana. El documento, además, tiene como propósito destacar algunos de los debates que se suscitaron en este contexto y, simultáneamente, señalar los desafíos que dicha violencia tiene en la frontera sur con México, en donde, últimamente, el flujo continuo de migrantes y mercancías ha sido objeto de debate político y económico.

El contexto de los episodios

Los episodios de violencia en Estados Unidos, concretamente balaceras o tiroteos en espacios públicos, no son un fenómeno nuevo.

Según Gun Violence Archive, una organización no gubernamental que registra incidentes de este tipo, entre 1996 y 2012, de 292 casos a nivel mundial, 90 ocurrieron en Estados Unidos, es decir, poco más de una tercera parte.

La misma organización señala que en la mayoría de los casos, los tiradores son hombres blancos, caucásicos, que utilizan armas de fuego automáticas. Un recuento realizado por el diario El País, por otro lado, reveló que en lo que va del año, en Estados Unidos ha habido 250 tiroteos masivos.

A fines de julio y principios de agosto del 2019, en Estados Unidos se suscitaron tres episodios de violencia o tiroteos masivos que, a diferencia de otros, se caracterizaron por estar dirigidos contra la población inmigrante: el 28 de julio, en Gilroy, al norte de California, un joven de 19 años de edad asesinó, con un fusil SKS, a cuatro personas e hirió a quince mientras se celebraba el Festival del Ajo.

La policía de Gilroy, después de un enfrentamiento, asesinó al tirador, y en un reporte, señaló que días antes éste había adquirido el fusil en Nevada y se sospechaba tenía un cómplice.

Una semana después, al episodio de violencia en Gilroy le siguió otro en El Paso, Texas. El 3 de agosto un joven de 21 años de edad asesinó, con un fusil AK, a al menos veintidós personas e hirió a veintiséis en un centro comercial cercano a la frontera con Ciudad Juárez, México.

Según la declaración de la policía de El Paso, el tirador fue interceptado y no se resistió al arresto. Posteriormente identificaron que procedía de McAllen, Texas, y que su madre había notificado la posesión del arma.

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Finalmente, en menos de veinticuatro horas se registró otro episodio de violencia en Dayton, Ohio. El 4 de agosto, un joven de 24 años asesinó, con un fusil AM-15, a nueve personas (entre ellas a su propia hermana) e hirió a veintisiete en una calle céntrica de la ciudad, circundada de bares y restaurantes.

La policía de Dayton enfrentó al tirador y lo asesinó. El reporte policial señaló que éste portaba un chaleco antibalas y que supuestamente el arma la había adquirido en internet, aunque después descubrieron que se la había facilitado un amigo.

Los tres episodios pueden definirse como un tipo de violencia antiinmigrante, no sólo porque en la mayoría de los casos las personas asesinadas o heridas tenían un estatus como tales, o eran hijos o hijas de inmigrantes, sino también por los precedentes y argumentos de los tiradores.

En el caso de Gilroy, por ejemplo, el tirador incitó en redes sociales a “emborracharse con basura a sobreprecio” en el Festival del Ajo, en alusión a la población asistente.

Según la policía de la ciudad, previamente también había publicado “¿Por qué hacinamiento en las ciudades y allanar más espacio abierto para dar cabida a las hordas de mestizos?”.

El episodio acaecido en El Paso, por otro lado, es el más contundente. Después de interrogar al tirador, los agentes policiales revelaron que él argumentó que su objetivo era “matar a tantos mexicanos como fuera posible”.

Incluso, las autoridades también vincularon al tirador con un manifiesto que circuló en internet, en el cual se evidencian posturas racistas y se hablaba del ataque como “una respuesta a la invasión hispana de Texas”, ante la amenaza de que “los hispanos tomen el control del gobierno […] en Texas” y éste se convierta “en un bastión de los demócratas”.

Por último, en el caso de Dayton, según reportes policiales el tirador no tenía antecedentes penales o precedentes en redes sociales que dieran pistas sobre sus motivos para disparar. Uno de sus amigos declaró en una televisión local que la única explicación era que tenía “un problema mental”.

Sin embargo, agentes del FBI señalaron que el tirador tenía fascinación por tiroteos masivos e incluso deseaba cometer uno: “Estaba buscando de manera específica información que promueve la violencia”, señaló uno de los detectives del caso en la ciudad.

Debates sobre la violencia

Los episodios de violencia descritos suscitaron al menos tres debates en Estados Unidos, mismos que se encuentran relacionados entre sí: el primero es el referente al denominado “terrorismo doméstico”, el segundo con la llamada “supremacía blanca” o racismo, y el tercero con el mercado de armas.

Como se mostrará más adelante, los debates no sólo tienen relevancia e impacto en la seguridad interna, sino también injerencia en la seguridad fronteriza, en particular con México.

En conjunto, los episodios pusieron sobre la mesa la noción de “terrorismo doméstico” en tanto una ideología de violencia propagada por una persona en el país, se esté o no relacionado con una organización terrorista, tal como argumentó un fiscal estadounidense. Dicha noción, además, está estrechamente vinculada con la de “crímenes de odio”, es decir, una forma de animadversión hacia personas de otra etnia o creencias religiosas.

Sin embargo, el argumento que suscitó este debate, es que el “terrorismo doméstico” en Estados Unidos, ha cobrado más vidas incluso que el terrorismo provocado por los ataques de organizaciones internacionales.

Para algunos especialistas la noción no tiene sustento en un marco jurídico legal, sino más bien debe definirse como crimen de odio vinculado con el racismo y la xenofobia. No obstante, para agencias de seguridad nacional en Estados Unidos, se trata de un término utilizado en tanto la propagación ideológica de la violencia se materializa en asesinatos masivos que causan terror entre una población específica, debido a prejuicios, o bien que existen amenazas latentes relacionadas con los mismos.

Sea o no apropiado el término, sin duda el debate se traslapa con el de “supremacía blanca”.

Después de los episodios de violencia, algunos congresistas y líderes de opinión en Estados Unidos afirmaron que el problema central de dicha violencia son los discursos de odio emitidos por grupos de extrema derecha en el país, mismos que, de una u otra forma, han propagado la animadversión hacia la población inmigrante, en especial la hispana. Al respecto, el New America Analysis Center señaló que, entre los años 2017 y 2018, en Estados Unidos

“la violencia de extrema derecha se ha cobrado más vidas en Estados Unidos que los propios ataques yihadistas”.

Incluso, un analista afirmó que las amenazas de violencia de estos grupos han sido ignoradas por razones políticas.

El debate sobre la supremacía blanca o racismo en Estados Unidos no es nuevo, pero quizá durante la administración reciente ha sido más polémico. No en balde, la congresista Alexandria Ocasio-Cortez señaló en redes sociales que lo que distingue al actual lenguaje de supremacía blanca en Estados Unidos, es el uso de palabras como “invasión” o “infestación” de poblaciones inmigrantes. Lo argumentado por tiradores como el de El Paso, son un ejemplo de ello: la “invasión” de hispanos fue el motivo para disparar y asesinar ante la supuesta amenaza que representan.

Finalmente, los debates anteriores se relacionaron con el del mercado de armas en Estados Unidos.

Los episodios de violencia no sólo evidenciaron el uso de armas de alto calibre, sino también la facilidad para adquirirlas, lo que explica la cantidad extrovertida de armas en aquél país, y su distribución por cada persona. Por ejemplo, según el Congressional Research Service (2012) y la Small Arms Survey (2007), los estadounidenses tienen el 48% de los 650 millones de armas en poder de los civiles en el mundo. Mientras que otra fuente señaló que existen 120 armas por cada cien personas en el país, lo que representa una cantidad masiva.

Los desafíos para la frontera

¿De qué forma los episodios de violencia descritos representan desafíos para la frontera sur con México? En gran medida, la respuesta radica en los mismos debates que se suscitaron derivado de los episodios de violencia, pues tanto el “terrorismo doméstico”, como la “supremacía blanca” y el mercado de armas, de forma directa o indirecta repercuten tanto entre la población inmigrante que radica en Estados Unidos, como en las políticas y prácticas que se construyen en la frontera sur con México.

De entrada, los episodios de violencia constituyen un desafío para el gobierno estadounidense, no sólo porque refiere a un problema de seguridad interna, sino también porque se trata de una violencia que se materializa en espacios poblados de hispanos en una proporción considerable, o bien de una violencia selectiva, que tanto en términos ideológicos como empíricos, se orienta a la población hispana bajo argumentos xenofóbicos o, en su extremo, racistas.

Datos censales muestran, por ejemplo, que en ciudades como Gilroy, alrededor de un 50% de la población es latina, mientras que en El Paso se calcula que un 85% de la población es mexicana y un 5% más tiene raíces centroamericanas.

En Dayton, por el contrario, alrededor de un 57% de la población es de raza blanca, 40% afroamericana y sólo el resto de otras etnias. Es decir, el perfil étnico-demográfico de las ciudades donde acaecieron los tiroteos deja entrever un problema de seguridad latente para la población hispana en los Estados Unidos.

No obstante, aunque se trata de un problema de seguridad interna, también tiene repercusiones en las relaciones transnacionales con México. Un ejemplo de ello es la postura del gobierno mexicano ante los tiroteos, en especial los de El Paso, en donde el número de connacionales asesinados fue considerable.

Aunque se trató de una postura diplomática que no trascendió de condenar los hechos y solicitar la posible extradición del tirador, es un precedente considerable que hace aún más visible la violencia antiinmigrante en Estados Unidos y la pone a debate en la arena transnacional.

Sin embargo, los episodios de violencia también muestran otros indicios que revelan el desafío para la seguridad fronteriza.

En primer lugar, la fragilidad de la seguridad personal y familiar de mexicanos en particular, y de hispanos en general, en ciudades fronterizas como El Paso (o de ciudades del interior, con gran proporción de latinos, como Gilroy) ante la amenaza latente de una violencia xenofóbica o racista, que es ejercida por sujetos particulares, aunque construida ideológicamente por grupos sociales conservadores o de extrema derecha en Estados Unidos.

Aunque parece un cliché, los discursos políticos antiinmigrantes del Presidente Trump, así como de otros agentes gubernamentales de alto nivel, han tenido mucho que ver en la construcción ideológica de dicha violencia.

Más allá de los tiroteos masivos orientados a población mexicana o hispana, otra evidencia de la influencia de dichos discursos es la formación y actuación de grupos “caza inmigrantes” a lo largo de la frontera sur, tales como los United Constitutional Patriots, los cuales, según un medio informativo, el Presidente Trump ha llamado “héroes”, “civiles comprometidos” y “amables colaboradores de la Patrulla Fronteriza”.

En segundo lugar, los episodios de violencia antiinmigrante en Estados Unidos, no sólo tienen una explicación sociológica (xenofobia, racismo, etc.) o política (leyes, iniciativas antiinmigrantes, etc.), sino también una repercusión económica en la seguridad fronteriza.

Por un lado, es evidente que la economía de las ciudades fronterizas tiene auge debido a dos factores: el consumo de pobladores residentes en la frontera norte de México y la mano de obra barata que desempeña oficios y servicios en la frontera sur de Estados Unidos. Ante episodios como los descritos, el desafío que enfrenta esta región fronteriza es un declive económico ante el riesgo de otros eventos de violencia.

Sin duda la economía de la frontera sur de Estados Unidos es dependiente del consumo y trabajo de mexicanos e hispanos en general y, por lo tanto, incidentes de violencia antiinmigrante en ciudades de esta región sería perjudicial para la seguridad económica.

No obstante, no es el único riesgo potencial: ante este tipo de situaciones y del cobro de aranceles al transporte de mercancías mexicanas hacia Estados Unidos, como presión política y económica para frenar la migración, la frontera México-Estados Unidos puede enfrentar desafíos mayores y a largo plazo.