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Mis deseos para 2017

Mis deseos para 2017: Permítaseme, ya que ésta será mi última entrega del año, enunciar algo de lo mucho que espero nos depare el 2017, que está por comenzar.

Deseo fervientemente que el ya muy próximo 20 de enero no se convierta en una fecha fatídica, en el sentido de que marque un parteaguas apocalíptico para Estados Unidos, México y el resto de la Humanidad.

Deseo que las instituciones estadounidenses sean más fuertes que nunca y contengan las locuras de un Donald Trump que no se ha tomado por lo menos la molestia de mandar señales de ser un hombre de Estado (no lo es) y, al contrario, se mantenga como el contumaz provocador que gobernará al que sigue siendo el país más poderoso del mundo.

Deseo que Vladimir Putin sea una suerte de “llamarada de petate” en cuanto al título que le otorgó Forbes en el ranking de personalidades más influyentes del mundo.

Deseo que Angela Merkel se eche a la espalda y para bien el destino Europa, en vez que –para mal- lo haga su colega ruso y mejor amigo de Trump, o los ultraderechistas franceses o austriacos.

Deseo compasión y políticas eficaces para paliar la tragedia siria y la de la migración oriental hacia Europa.

Deseo que algo o alguien haga que dejen de tomar fuerza –y se comiencen a diluir- los inquietantes movimientos extremistas de cualquier tipo: la discriminación, el racismo, la xenofobia, la intolerancia (religiosa, sexual, política), el terrorismo bajo cualquier pretexto y las tentaciones de supremacías que suponen dominio o hasta exterminio sobre supuestas inferioridades.

Deseo que los sistemas democráticos y liberales sigan siendo los menos malos o imperfectos para regir la convivencia humana en un mundo irremediablemente global.

Deseo que los millenials entiendan que no basta con autodenominarse así y que mientras ellos o los que les siguen no encuentren mejores formas de tomar decisiones colectivas, hagan uso de las herramientas disponibles –el voto, por ejemplo- para no dar paso a opciones políticas de las que después se lamenten.

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Deseo un México con menos instituciones onerosas: más recursos para políticas públicas eficaces y menos para hacer campañas políticas o –mucho peor aún- para conformar corruptas fortunas personales o familiares.

Deseo, parafraseando a Luis Rubio, más administraciones locales que logren lo que se ha vuelto inusitado en este país: gobernar para crecer.

Deseo salir de la cubeta de cangrejos en la que el humor social mexicano se empeña en mantenernos, bajo la premisa de que si ciertamente no estamos bien, no estamos de ninguna manera tan mal como la mayoría está absurdamente convencida.

Deseo equidad de género de verdad, y no la simulación de cuotas y porcentajes, u oportunismos políticos que condenan -con razón- hechos bárbaros, pero que parecen justificar otros similares que suceden todo el tiempo y en todas partes.

Deseo más hacedores que criticones.

Deseo más futbolistas practicando mejor futbol y menos jugando a ser malos políticos.

Deseo más políticos que en verdad lo sean en su concepción más pura: buscar el bien común y no servirse del poder.

Deseo que el proceso electoral de 2017 nos brinde elementos para rectificar y allanar en todo lo posible el camino hacia el 2018.

Deseo que México mantenga la fortaleza económica necesaria para un panorama incierto y volátil, y que el difícil paso de liberalización energética transite adecuadamente para acostumbrarnos a un régimen de precios de mercado y no de decreto-subsidio.

Y les deseo a todos ustedes, lectores, a mis generosos anfitriones editoriales, a mi familia de sangre y a mi –soy afortunado- muy extensa familia de vida, salud y toda clase de parabienes para el Año Nuevo.

Si ustedes creen que ésta es una carta a Santa Claus, pues reenvíensela, por favor.

¡Felicidades!