Juana Margarita Macías Estrada despertó del sueño americano en 2009, luego de haber vivido en San Bernardino, California, durante 17 años. Un día, ella y su esposo tomaron la decisión de buscar ayuda para evitar ser deportados ante las constantes amenazas de que eso iba a ocurrir en cualquier momento, que las redadas eran inminentes y que ellos podrían correr con la mala suerte.
Lo único que pudieron hacer en aquel momento fue pedir la asesoría de la abogada de inmigración Alma Rosa Nieto -quien se anuncia en su página de Internet como asesora legal de inmigración, defensora de los derechos de los migrantes en Los Ángeles, California, a precios razonables-, para confiarle documentos y revelarle información confidencial sobre su situación de indocumentada en un país que se ha construido gracias a la fuerza trabajadora de cientos de miles de extranjeros, en especial de mexicanos, que con o sin papeles han formado la nación.
La pesadilla
Margarita y su esposo confiaron que la consultora Alma Rosa Nieto los podía ayudar porque su popularidad era visible. La abogada salía en la tele, se anunciaba en espectaculares y en redes sociales. Esa visibilidad constante en medios le dio a Juana Margarita la esperanza de que ella podía resolver su caso. Pero la abogada Alma Rosa Nieto habló de una única solución: pagarle honorarios por 10 mil dólares a cambio de luchar por ella ante la corte y conseguirle un asilo o un permiso de tan solo 3 meses o de lo contrario la policía llegaría a su casa y la encerrarían en la cárcel dejando a los hijos al cuidado del Estado.
Pero, Juana Margarita necesitaba más tiempo porque en su vientre llevaba a un pequeño de cinco meses, y regresar bajo esas condiciones a México era de alto riesgo por la preeclampsia que padecía, una complicación frecuente y grave que sufren algunas mujeres embarazadas, caracterizada por hipertensión y presencia de proteína en la orina.
Ni el pago de taxes en tiempo y forma, ni el récord de cero faltas a la autoridad sirvieron para detener su retorno. Los 10 mil dólares eran impagables por el presupuesto que tenía la familia. Además, esos 10 mil dólares no garantizaban nada. Los papeles que Juana Margarita confió a la abogada nunca volvieron a sus manos. Y la familia decidió, debido al miedo que les infundió esta abogada y la desinformación, volver a México.
“Otros me recomendaban que me escondiera, pero le tuve miedo a la cárcel. Pensé que eso iba a ser peor […] Quiero alertar y recomendar a los paisanos que tengan mucho cuidado, que se fijen muy bien a quién le dan sus papeles para que no les pase lo mismo que a mí”, relata. Porque hay muchos abogados que dicen ayudar, pero solo engañan, intuye Juana Margarita, quien agrega que toda la información que algunos de estos abogados de inmigración recaudan, forman parte de una estrategia para ubicar a los indocumentados y mandarlos de regreso. Las bases de datos las maneja el gobierno a su antojo. En el primer periodo de la presidencia de Barack Obama fue de gran utilidad para las deportaciones forzadas.
El eterno retorno
La familia entró en crisis. En menos de 10 días debían tomar una decisión que modificaría el curso de su historia. Dejarían la casa que con esfuerzo estaban pagando. El esposo de Juana Margarita tuvo que renunciar a su trabajo. Guardaron en el coche algunos objetos tangibles y cientos de recuerdos, y emprendieron el viaje de regreso, con un hijo por venir, más Miguel Ángel Montoya Macías, de 13 años, y Daniela Montoya Macías, de 5 años, ambos nacidos en los Estados Unidos.
“Estuve a punto de perder a mi hijo porque veníamos en el carro sin moverme. Nos trajimos algunas cosas que pudimos y, además, pagamos una mudanza. En ese tiempo la casa que estábamos pagando en los Estados Unidos no pudimos ni siquiera venderla o traspasarla para ayudarnos. Nos dieron sólo 10 días para salir. El hermano de mi esposo se quedó con la casa, nos prometió que un año la vendería, y es tiempo que no recibimos nada de beneficio. Por todos lados nos fregaron”.
Su hija mayor Katia Angélica Montoya Macías de tan solo 20 años se quedó, pero luego de un tiempo también fue notificada que tenía que volver a su país de origen. Estudió hasta high school, y al tratar de aplicar al proyecto de Dreamers fue demasiado tarde porque le habían rechazado una beca para entrar a la universidad. Ahora se dedica a la industria de la construcción en Mexicali, Baja California. Se casó con un México-Americano que tiene papeles. Está en proceso de resolver su situación para reinstalarse en Estados Unidos.
El viaje de ida
Corrían los años noventa del siglo XX, y un coyote “ayudó” a Juana Margarita a pasar al otro lado por 500 dólares de aquel tiempo. Viajó más de mil 952 kilómetros desde Gómez Palacio, Durango, hasta California; soportó más de 20 horas de viaje por tierra, con una maleta y su hija Katia Angélica de apenas tres años. Se fueron porque su esposo consideró que para poder darle una vida buena a la familia era necesario salir de México.
Desde que Juana Margarita llegó a Estados Unidos, con apenas 18 años, dedicó su juventud a trabajar en la industria restaurantera, especializada en atender los gustos culinarios del consumidor México-Americano radicado en California. Entiende el inglés, pero nunca aprendió a hablarlo. Juana Margarita piensa que si hubiera tenido más estudios, quizá hubiera tenido más oportunidades de quedarse, pero sólo estudió hasta la secundaria en México: “Me dedique al trabajo nada más para sacar adelante a mis hijos”.
Welcome to Mexico
En 2009, Juana Margarita y su familia llegaron a Gómez Palacio, Durango, a una casa en obra negra. La habían dejado así porque no tenían pensado volver. En San Bernardino, California, vivían con cierta calidad de vida, y al llegar a la Comarca Lagunera ser dieron cuenta que México no estaba preparado para recibir a tantos retornados. Además, se encontraron con que la situación de violencia iba en aumento. Se escuchaban balaceras y había asesinatos en cada esquina. Estaba “muy caliente la plaza” por la llamada guerra contra el narcotráfico.
“Yo no quiero que retornen más gente a México de manera obligada. México no tiene la infraestructura ni fuentes de empleo para atender a los retornados. Donald Trump sí es una amenaza real, él no se va a tentar el corazón si llega a la presidencia. Creo que los Estados Unidos necesitan de nosotros. Los que más chambeamos somos los latinos. Nos necesitan. Aquí en México podríamos trabajar lo mismo que allá, pero lamentablemente nos pagan casi nada”.
Almas separadas
“Un día mi niño Miguel Ángel de 13 años nos dijo que no se sentía bien en México, que nos quería mucho, pero que él se quería regresar. Mi esposo le comentó a mi suegro, quien sigue en Estados Unidos, y le dijo: Déjenmelo. Que se venga. Yo lo cuido”.
“El error de nosotros fue haberlo dejado ir porque lo apartamos. Está acostumbrado a crecer solo. Me siento mal de no estar con toda mi familia reunida. Pero ya es muy tarde para volver. Ya estamos grandes y sería muy difícil empezar de nuevo”.
“La pérdida más importante de esta separación fue separarme de mis hijos a la fuerza. Ahora que Miguel Ángel está más grande dice que quiere llevarnos, pero no sabe cómo hacerle… Pero yo creo que son cosas de Dios, hay que verlo de ese modo para no estar tan amargados y pensar que todo lo perdimos”.
A Juana Margarita le tocó retornar por la contracción del mercado laboral en los Estados Unidos, luego de la crisis económica de 2007, la segunda más aguda luego de la Gran Depresión de inicios del siglo XX; por la contención de la migración indocumentada en Estados Unidos que provocó retornos forzados a un país receptor de migrantes: México. Hoy Juana Margarita atiende su negocios de abarrotes en Gómez Palacio, Durango. Y encuentra positivo que sus hijos mayores tuvieron que madurar solos, porque “cuando estábamos allá les dimos todo, trabajábamos sólo para ellos. Espero que algún día ellos lo valoren”.