Tania Mendoza es una mujer mexicana que desde los siete años fue llevada a Estados Unidos por su familia en busca de mejores oportunidades de vida.
Cuando intentaron regularizar su estancia, un error legal cometido por los abogados contratados resultó en una orden de deportación cuando Mendoza tenía apenas doce años.
Una deportación que cambió su vida
Tras el error en el caso de sus padres, recibió su orden de deportación, con solo 12 años de edad la situación empezó a complicarse.
Sin embargo, mientras sus padres buscaban opciones, Tania Mendoza continuó sus estudios y se graduó en cosmetología en California, donde también formó una familia con una pareja estadounidense.
Finalmente, en 2010, su vida cambió por completo.
“Un día rumbo a mi trabajo, la policía llegó a mi casa, no sabemos si alguien le llamó”, relató.
En el centro de detención donde fue llevada, intentó ayudar a otros detenidos traduciendo documentos. Sin embargo, esta acción le generó aislamiento.
La deportación fue un que de momento no dimensionó pues no imaginó todo lo que vendría tras la separación de su familia.
El difícil retorno a México
Al llegar a Tijuana, una ciudad desconocida pero en la que tenía algunos familiares a los que no frecuentaba, así tuvo que demostrar con documentos y testigos que era mexicana, un proceso largo y lleno de rechazos.
“Inocentemente decía ‘es que me acaban de deportar’, pero tuve que aprender a decir todo menos mi deportación porque la gente me cerraba la puerta”.
Recordó que en aquel tiempo, recibía celulares estadounidenses que le mandaba su familia pero, estos no tenían señal en México.
Por esa razón, buscaba señal cerca del muro fronterizo, primero en la zona centro, después en Playas de Tijuana.
Durante esas visitas, conoció a activistas del Friendship Park, quienes se reunían para ayudar a las personas afectadas por la política migratoria.
“Veía gente platicando entre los muros. Fue algo nuevo ver esas reuniones en medio del conflicto”.
Tania Mendoza, una madre separada de su hija
El vínculo con su hija fue uno de los aspectos más complicados. Su pareja en Estados Unidos limitó su comunicación y no permitió visitas a Tijuana.Tania Mendoza tuvo que demostrar que no abandonó a su hija.
“Me costó mucho trabajo comprobar que me deportaron y que no fue mi decisión”, explicó.
Además, enfrentó la falta de registros oficiales que corroboraran su deportación. Antes de 2016, no existían bases de datos claras para estos casos.
La relación con su hija mejoró con los años. Ahora, como adulta, ella entiende la historia de su madre y también se interesó por el activismo.
Inslcuso, Mendoza contó con orgullo que su hija, en la graduación de preparatoria, portó una bandera mexicana en el birrete como símbolo de orgullo por sus raíces y su madre.
Un llamado al activismo fronterizo
El activismo de Tania Mendoza comenzó al conocer a otras madres deportadas que vivieron situaciones similares. Encontró en ellas una comunidad y un propósito.
Resaltó que su experiencia de deportación la llevó a ayudar a quienes enfrentan procesos legales complicados. Esto, dijo, la conecta con la lucha que vivieron sus padres.
“No era yo, era un documento que no me dejó quedarme”, expresó.
Mendoza aseguró que su labor tiene un sentido profundo. Ayudar a otros migrantes le permite sanar y dar voz a historias que muchas veces son ignoradas.
Luego de contar día tras día desde su deportación, aprendió a comprender el proceso por el que ha pasado y tras la contingencia sanitaria por Covid-19, se dedicó de lleno a ayudar a otros.
“Al fin del día tiene uno que seguir, es triste. Solamente siendo productivo y ayudando a los demás te haces más fuerte”, concluyó.
