Los políticos son, en su mayoría, unos artistas de la manipulación; algunos periodistas, aunque nos cuesta reconocerlo, también. Cruzaron quizá sin darse cuenta esa delgada línea que separa la misión de informar y el activismo, porque la rabia, la impotencia, las injusticias, se nos van a atorando en el pecho y hay que escupirlas o vomitarlas, y uno lo hace como mejor lo puede. O quizá solo fue el ego que traemos inflado desde el nacimiento.
También están los golosos con influencias y plataformas; esos no se llenan con nada, ni con poder ni con votos ni con rating ni con titulares de sus apellidos en las ocho columnas. Es una ambición desmedida que no da contrapeso, en donde la balanza nunca se va a equilibrar. Lo peligroso es que tienen voz y parlante, deciden y crean tendencias, son los que seducen y tergiversan… los que le hacen creer a uno que fue nuestra idea.
Esta fue tal vez la receta del desastre político de la polémica entrevista que Univisión le hizo a Trump a principios de noviembre, justo a un año de las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Fue un bombazo en rating y publicidad, cierto, pero desveló los puntos ciegos de los medios tradicionales de comunicación: el hartazgo de una audiencia que ya no se come lo que le sirvan y la falta de transparencia en las decisiones editoriales que se hacen a puerta cerrada y con una línea con intereses muy marcados.
Algunos medios siguen siendo un gran negocio; no son caridad. De algo tienen que comer y la realidad es que los ratings no los favorecen. El hábito de consumo de noticias ha cambiado, hay un gran mercado de creación de contenido, el entretenimiento está al alcance de las manos y las plataformas digitales les han robado terreno. Algo tienen que hacer y en periodos electorales, la estrategia puede ser justo esto: La polémica, la exclusiva, el combate y todo lo que te enseñan en la escuela de periodismo que no se hace, pero que en la de propaganda política y mercadotecnia resulta ser un exitazo.
Las consecuencias van más allá. No es solo esa entrevista a Trump o un encuentro arreglado con Biden; puede ser cualquiera… El problema es arrodillarse ante una figura de poder, desgastada y que huele a rancio, es un acto que nos afecta a todos. Eso pasa acá, en México y en Venezuela, en todos lados.
Entrevistar a Trump no es una traición; no cuestionarlo, sí. Tener frente a ti a un desinformador en jefe y no exigir rendición de cuentas, es bajar la cabeza. Las preguntas difíciles tienen que hacerse, aunque el entrevistado las evada. En ese encuentro, Trump y su campaña demostraron tener el colmillo más filoso y grande.
¿Se le dará el mismo tiempo aire a los demás precandidatos republicanos? ¿Habrá una auditoría de cobertura balanceada entre partidos? ¿Volveremos a cometer los errores de 2016? ¿O no aprendimos nada de 2020? Las decisiones que se toman en lujosas oficinas de corporativos y cadenas sí impactan la participación cívica y es preocupante la falta de transparencia. ¿Será que los medios ahora harán más política que noticias para asegurar su permanencia?
El 2024 será un año complicadísimo con dos elecciones muy intensas en ambos lados de la frontera. La labor del periodista justo, imparcial, balanceado, con más datos y menos opiniones, será vital para la democracia. Pero ¿Qué nos queda si los medios de comunicación masiva empiezan desde allá a marcar posturas que atentan contra la libertad y el respeto a las diferencias políticas? La justicia social está en riesgo.