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25 de abril de 2024 | Dolar:$17.06

Sin protagonismo | Huberto Meléndez

“Bájate a quebrar la piñata, para ti, te está llamando tu mamá, a mi me toca estirar la cuerda”, decía uno de los primos mayores del niño, trastabillando por mantener el equilibrio en la cornisa de la azotea, mientras que otro muchacho hacía lo propio desde el techo de la habitación de enfrente. Entre ambas construcciones había un patio amplio, en torno al cual estaban los demás familiares y conocidos asistentes a la merienda organizada en honor del cumpleañero.

El niño cumplía nueve años y estaba extrañado porque podía aceptar las fiestas preparadas para sus demás hermanos, los primos, asistía a las de los amigos y participaba con alegría, pero otro sentir era que esa reunión era convocada para él. Una sensación extraña, incómoda, poco grata provocó en él una mayor timidez que la ordinaria.

Cohibido había corrido a esconderse tras una puerta pero era difícil permanecer sin ser descubierto, dado lo numeroso de la familia, a pesar de la penumbra de la casa a esa hora de la tarde. Cambió de escondite deslizándose debajo de las camas, de una mesa y finalmente tuvo la ocurrencia de trepar al techo donde costaría trabajo y tiempo bajarlo de ese sitio

Más vergüenza sintió cuando tirado de bruces en la azotea, viendo al patio. Las miradas se concentraron en él. Todos voltearon su cara hacia arriba gritando y señalando con el índice “¡Ahí está, allá anda, ya lo vimos, mírenlo!”. Sintió piquetes por todo el cuerpo, como transpirando en seco. Bloqueó sus emociones porque lo acusaban con su madre, aumentando su nerviosismo, presintiendo la reprimenda por su falta de cortesía y amabilidad.

La mamá, conociendo a su hijo, prefirió seguir atendiendo a los invitados, ordenando la fila del turno a la piñata. El niño se indignó por la indiferencia de la madre, quizá esperaba un ruego o una amenaza.

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Quizá hay muchos niños extrovertidos, gustosos de festejos, pero hay otros en los que tal vez no fue cultivada a tiempo la formación emocional para relacionarse expresivamente con los demás, generando carácter atípico por ser serios o introvertidos. Es difícil darse cuenta de sus necesidades afectivas o de los vacíos emocionales de estas personas.

Años después entendió esa pena inexplicable del festejo en su honor. Se debía a que prefería que otros fueran el centro de la fiesta.

Es importante brindar la atención adecuada en el hogar y en la escuela, porque entre más tiempo se postergue, más tiempo tarda el infante en involucrarse con apertura en los ambientes educativos, participar en las actividades, donde puede mostrar sus capacidades, descubrir y desarrollar sus talentos.

Otra posición considera que personas como las descritas anteriormente prefieren que otros se diviertan, sienten felicidad sabiendo que los demás lo son. Encuentran más satisfacción al constatar la felicidad de las personas con quienes conviven. Es quizá una forma de fomentar valores como la humildad y la sencillez.