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Debe empezar el docente | Huberto Meléndez

Al maestro Juan Díaz Méndez. Por su actitud decidida.

“Ya terminamos, maestro, ¿Puede revisarnos el área asignada?”, expresó el asesor del grupo de tercer grado, satisfecho por ser el primero en el cumplimiento de la tarea encomendada.

En reunión de personal se dividió en seis partes iguales la superficie del edificio escolar y anexos, las cuales fueron subdivididas según el número de equipos existente en cada grupo. Demoró varios minutos en llegar a revisar el resultado de la actividad, pues en el trayecto, otros estudiantes mostraban sus avances y recibían las recomendaciones para perfeccionar el producto.

Esa tarde septembrina había una movilidad inusual en la escuela, debido a un compromiso asumido por el nuevo director, ante la primera asamblea de madres y padres de familia. Estudiantes, trabajadores y maestros aseaban el edificio, lustrando ventanales, tallando paredes, pisos, banquetas, pasillos con agua y jabón, barriendo, escombrando los patios de tierra, eliminando la maleza del interior y exterior del cerco perimetral de malla ciclónica.

Era una jornada bulliciosa, por la jovialidad y dinamismo que sólo los adolescentes pueden generar, mientras se empeñaban en ser los mejores y más rápidos para terminar su faena.

Alguien puso música en el aparato de sonido de la escuela, imprimiendo alegría en el ambiente. Con un empeño extraordinario, motivado por la planta docente, los estudiantes atendieron las instrucciones recibidas al término de la jornada escolar, de presentarse a contra turno con materiales para limpieza. En sus casas consiguieron escobas, trapeadores, franelas, picos, palas, azadones, carretillas y rastrillos. “No profesor, todavía puede entregar un mejor trabajo, mire.” dijo el director, señalando un reguero de hierbas diminutas que apenas alcanzaban los dos centímetros, en una porción de tierra donde recientemente habían eliminado arbustos y piedras. Todos atestiguaban que la impresión visual de ese patio había cambiado notablemente. Pero ante su revisión era insuficiente.

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El maestro tuvo que ponerse de rodillas y mostrando que esa hierba sólo podría eliminarse de una en una, utilizando los dedos pulgar e índice, lo cual implicaría mayor esfuerzo y tiempo. “¿Ve usted que es posible maestro?”. Muy a su pesar el asesor tuvo que reconocer la razón escuchada.

La tarde anterior, ante el pleno de la asamblea de tutores se habían presentado reclamos sobre el desempeño de los docentes. La autoridad solicitó un poco de tiempo para mostrar mejores resultados, asumiendo el compromiso de organizar la escuela implementando acciones graduales tendientes a mejorar la calidad académica. Para iniciar dijo que al día siguiente podrían ver una escuela tan limpia como un espejo. Les invitó a presentarse y verificar personalmente el acuerdo.

Había rispidez recíproca en la relación maestro-padre/madre de familia, los mentores cuestionaban la falta de apoyo de los tutores en la educación de sus hijos.

El directivo tenía la convicción que la primera acción corresponde siempre a los profesores, su trabajo debe ser independiente al grado de colaboración de los tutores, aunque es deseable, necesaria y bienvenida la participación de la familia.