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Siguiendo la ruta del migrante centroamericano en México

Jason De León se inclina un poco hacia adelante, ajusta su cámara de 35 mm, una Nikon F3 que ha visto mejores días, mientras un grupo de hombres le anima a tomar otra foto más.

“¡Oye gringo, toma una foto de esto para que tus estudiantes puedan ver cómo los catrachos lo hacemos! Espero que esta sí salga en tu libro,” bromea uno de los inmigrantes hondureños que están cruzando México para llegar a los  Estados Unidos.

De León, un profesor de antropología de la Universidad de Michigan, dice que pronto los migrantes abordarán “La Bestia”, los trenes de carga que cruzan México y que cada año quitan la vida, y las extremidades, a muchos de quienes se suben a ellos en su intento de llegar a la frontera con Estados Unidos.

Con suerte, si es que no caen del tren al quedarse dormidos, se encuentran con policía de inmigración mexicana, y de alguna manera logran pagar a los traficantes entre $7 y $8 mil dólares, llegarán a la frontera donde deberán decidir cómo seguir su travesía al norte y si podrán pagar otros $6 a $7 mil dólares adicionales para hacerlo. Los que no tienen los medios para pagar intentarán completar el viaje por la espesura del bosque, donde bandidos armados con machetes, pandilleros y funcionarios corruptos del gobierno se suman a los peligros de la naturaleza.

Después de pasar más de seis años estudiando el movimiento de los migrantes indocumentados de México a los EE.UU. a través del desierto de Sonora de Arizona, De León ha enfocado su atención en quienes huyen de la violencia y la pobreza en América Central para tener la oportunidad de llegar a los EE.UU.

Migrantes se dirigen al norte en el tren desde Chiapas, México, cerca de la frontera con Guatemala. Crédito de la imagen: Jason De León.
Migrantes se dirigen al norte en el tren desde Chiapas, México, cerca de la frontera con Guatemala. Crédito de la imagen: Jason De León.

Su investigación, dice, trata de ponerle una cara a la experiencia de la migración y de entender un proceso que es altamente politizado y poco conocido.

Para ello, De León se basa en todos los campos de la antropología: la arqueología, para estudiar los objetos dejados por los migrantes en su camino hacia el norte en el desierto de Arizona; ciencia forense, para entender cómo los cuerpos de los que perecen en la frontera se descomponen; lenguaje, para entender cómo las conversaciones del gobierno federal sobre las cuestiones de migración influyen en la opinión pública; y etnografía, para aprender acerca de las experiencias de los migrantes a través de la observación participante.

“He pasado mucho tiempo con los migrantes que se preparan para entrar en lugares como el desierto de Arizona o después de que han sido deportados a México”, dice De León. “Intelectualmente, para mí, todo es antropología. Ya sea si estás mirando las herramientas de piedra o hablando con la gente, se trata de aprender acerca de la experiencia humana y la condición humana.”

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La condición humana en el camino del migrante

Si bien la migración indocumentada de México se ha mantenido estable desde 2009, la afluencia de inmigrantes desde el triángulo norte de América Central (El Salvador, Honduras y Guatemala), alcanzó su punto máximo en 2014, y las proyecciones más recientes estiman un nuevo aumento este año.

Para estudiar el fenómeno, De León ha pasado un tiempo considerable en el sendero migrante, viajando entre ciudades, hablando con migrantes, contrabandistas y funcionarios de inmigración y del gobierno para obtener una mejor comprensión de las causas de los patrones cambiantes de migración y cómo han afectado las políticas de inmigración vida de las personas en los EE.UU. y en el extranjero.

A sólo cuatro millas, la pequeña ciudad de Pakal-Na se ha convertido en una de las entradas principales para migrantes centroamericanos tratando de llegar a los EE.UU. Crédito de imagen: Jason De León.
A sólo cuatro millas, la pequeña ciudad de Pakal-Na se ha convertido en una de las entradas principales para migrantes centroamericanos tratando de llegar a los EE.UU. Crédito de imagen: Jason De León.

Los últimos dos veranos, De León pasó tiempo en Pakal-Na, un pequeño pueblo cerca de la frontera sur de México, una parada en un viaje de más de 2.000 millas que miles de centroamericanos toman cada año y que pocos completan.

Allí, contrabandistas, narcotraficantes, ladrones y secuestradores esperan cerca de un refugio para migrantes que les está prohibido, viendo pasar a los desesperados migrantes centroamericanos para determinar si pueden pueden sacarles dinero -y cuanto.

En marcado contraste, sólo cuatro millas, pero un mundo de distancia, los turistas visitan las impresionantes ruinas mayas de Palenque. Usando pantalones cortos y gafas de sol, los visitantes toman fotos de la clase trabajadora Maya, echan un vistazo a las baratijas, disfrutan del sol, ajenos a los indocumentados centroamericanos tratando de llegar a la frontera norte y los contrabandistas que se benefician de su movimiento.

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