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Mundo errante | Mundial 2026: futbol, comercio y migración

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El próximo 5 de diciembre se celebrará el sorteo del mundial de futbol que se desarrollará en los tres países de América del Norte, México, Estados Unidos y Canadá. Un mundial que por primera vez tendrá tres sedes y 48 selecciones compitiendo.

Desde luego, el mundial de futbol es un atractivo turístico, de negocios y de pasiones deportivas. Millones de personas esperan el inicio de la actividad futbolística para poder dar rienda suelta al sentimiento de pertenencia a una identidad nacional que se desparrama en las diferentes oncenas de jugadores que patean un balón y metafóricamente defienden a sus
patrias.

Y es que el futbol es un estado de ánimo que se alimenta de las expectativas, los contextos políticos y sociales. Basta recordar que, en el mundial celebrado en México durante 1986, el entonces presidente del país, Miguel de la Madrid Hurtado, fue tremendamente abucheado en el partido inaugural. No porque el futbol le fuera ajeno, sino porque le fue ajeno el desasosiego que se vivió en una ciudad en ruinas después del terremoto de septiembre de 1985. El coro nacional, vuelto porra deportiva decidió no dar vítores al anfitrión de un juego inaugural y, en su lugar le recordó sus errores como un gobernante lejano y gris en plena tragedia.

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Cuarenta años después, cuando México recibirá otro mundial en forma conjunta con sus vecinos del norte, la relación del deporte con la realidad social se nota nuevamente. En un contexto internacional marcado por un periodo de cambio, crisis e incertidumbre y donde una de las sedes, Estados Unidos, no abraza la diversidad cultural que el futbol suele pregonar cada cuatro años.

No obstante, la dinámica política va de la mano del torneo deportivo. Basta pensar que el dirigente de la FIFA, Gianni Infatino ha declarado abiertamente una amistad con el presidente Donald Trump, más allá de los protocolos entre la institución deportiva y los gobiernos de los países sedes, el dirigente deportivo se ha alineado al universo de Donald Trump, lo acompaña a viajes (estuvo presente, por ejemplo, durante la Cumbre por la paz en Gaza en octubre pasado) lo visita en la Casa Blanca, le explica detalles del juego (como el uso de tarjetas amarillas y rojas, con lo cual Trump decidió amonestar simbólicamente a la prensa), juegan golf y, conforme a lo dicho por Infantino, podría premiar al mandatario estadounidense por sus contribuciones a la paz.

Otros ejemplos, en estos días, la presidenta Claudia Sheinbaum dijo que no asistiría al juego inaugural del mundial 2026 en el Estadio Azteca, que aún se define si asistirán el presidente de Estados Unidos y el primer ministro de Canadá, por lo que ella cedería su boleto a una niña para que pueda acudir al juego.

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Luego, la mandataria mexicana confirmó que a donde si acudirá es al sorteo del mundial que se celebrará el 5 de diciembre en Washington. Más allá de la dinámica del sorteo y saber con cuáles selecciones jugará México, lo atractivo de la revelación de Sheinbaum es que en esa visita podría coordinarse una plática en persona con Donald Trump.

En un contexto de renegociación del tratado comercial entre México, Estados Unidos y Canadá, cuando se negocian, un día sí y otro también posibles aranceles, cuando se tiene una presión por el tema de seguridad y en medio de una política migratoria agresiva dentro de los Estados Unidos, la presidenta Sheinbaum le dio un contexto político a su visita.

Se le informó que estaba invitada y que el presidente Trump “estaría contento de recibirla”. A lo que la mandataria agregó que era “un buen momento para estar los dos presidentes y el primer ministro, dando esta imagen de América del Norte y que nuestro compromiso comercial sigue adelante”.

Política y deporte, más específicamente, política y futbol, desde luego que han tenido una relación cercana, a veces diáfana, más veces oscura. En este mundial va caminando entre la pasión que despierta entre la afición, mientras se advierte que las redadas contra migrantes no están descartadas durante el torneo y mientras Trump aumenta las frase xenófobas y anti migrantes (como ha hecho contra los migrantes somalíes).

La política se supone fuera de la cancha y eso permite que el deporte siga, que la pelota ruede y que la fanaticada se emocione. Pero en tiempos de un conservadurismo internacional, pareciera que el futbol se ajusta a una agenda del presidente Trump.

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