23 de abril de 2025

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Cruzando líneas | De la frontera a Italia

Tener dos patrias es una realidad compleja, pero quienes crecimos en la frontera sabemos navegar entre ellas.

Nunca había estado en Perugia. Aunque he recorrido Italia más de una vez, jamás imaginé llegar a ese pueblito que, de lejos, parece uno más. De cerca, sus paredes de piedra, castillos, callejones casi mágicos, una fuente y un fuerte, y ese aroma a vino o chocolate, lo hacen único. Fui al Festival Internacional de Periodismo, del que tanto había escuchado, y la curiosidad le hacía cosquillas a mi intelecto.

Solo estuve 36 horas, pero bastaron para enamorarme.

Había cientos de colegas periodistas de todo el mundo, hablando en más idiomas de los que mi limitada lingüística puede distinguir. Algunos eran investigadores, otros emprendedores; académicos, fotógrafos, corresponsales de guerra, expertos en inteligencia artificial… un poco de todo. Para mi sorpresa, con un menú tan vasto, nada resultaba abrumador.

—¿De dónde vienes? —me preguntó una periodista ucraniana mientras esperábamos en la fila para recoger mi gafete de oradora.

—De Estados Unidos— respondí.

Hubo un silencio casi incómodo. Otros reporteros a nuestro alrededor me miraron con curiosidad y luego sus rostros adoptaron una expresión parecida a la de un pésame.

—¿Cómo va todo por allá? —quiso preguntar, intentando disimular el conflicto interno que sentía por las constantes tensiones entre nuestros países.

—Pues, va —confesé.

Suspiró.

—Ahhhh, pero también soy de México.

Y ahí todo cambió. Como si una pócima mágica hubiera transformado el ambiente, como si de repente Tita nos hubiera cocinado una delicia que acariciaba el espíritu, y mis raíces florecieran en el corazón de Italia. Hablamos de la Ciudad de México y sus flores, el caos del tráfico, los tacos, el tequila, las playas y las ruinas. Lo que minutos antes parecía un velorio, se convirtió en una fiesta. Eso, le expliqué, es lo que significa para mí ser fronteriza.

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Tener dos patrias es una realidad compleja, pero quienes crecimos en la frontera sabemos navegar entre ellas. En conferencias como esta tengo la oportunidad de explicar que somos más que muros y política, más que contrabando de armas y drogas; para mí, la frontera es casa, amor, perros ladrando, el hogar de mis hijos y el que será mi lecho de muerte… lo es todo.

Tengo dos pasaportes, sí; pero solo un desierto. Y aunque sea complicado, de aquí soy. Poder contar mi historia, que refleja a la de tantos, en foros internacionales como este es también un antídoto ante la polarización constante por la política y el conflicto. Es un privilegio, lo sé, pero también un deber. Si dejamos que alguien más la cuente por uno, es como dejar que el asombro se muera de a poquito.