El cuerpo de la mujer como objeto, como satisfactor efímero de un mercado de consumo: el sexual. El cuerpo de la mujer obligado a la concepción, a la imposición y a la cancelación de sus derechos. Una maternidad impuesta por la iglesia y el Estado, ejecutada por un violentador, el ciervo del patriarcado: un hombre, avalado, claro, por un discurso romántico cursi y desgastado. ¿Saben que la táctica favorita de los reclutadores de trata de blancas es enamorar a las chicas primero?
El cuerpo de la mujer doble jornada. Triple, ahora, con un concepto de “equidad’ que nuevamente nos revictimiza. El cuerpo es un territorio de guerra: pobre, vulnerable, violentado, en la indignidad, en la negación del goce, en la esclavitud del “deber ser”.
La mujer ha tenido que inventar estrategias para escapar de “sus obligaciones”, una de las más aborrecibles es la del ejercicio de la sexualidad forzado con un sujeto que, lejos de gustarle, le provoca un rechazo profundo. “Me duele la cabeza, tengo la menstruación, estoy muy cansada“, son algunos de los recursos con los que cuenta este tipo de prisionera en una relación que no la satisface y de la cual difícilmente puede salir sin que le caiga el mundo encima.
Seguimos siendo estigmatizadas por dar el primer paso en una separación, seguimos siendo quemadas en las hogueras simbólicas de la moral y sus buenas costumbres cuando decimos ya no quiero.
En el caso de la mujer que migra de manera forzada, estas violencias se potencializan a un punto insostenible, la mujer migrante, despojada de toda dignidad, comienza un calvario en su tránsito, se convierte automáticamente en un blanco de todo tipo de violencias, su vulnerabilidad la hace ser la presa perfecta, tal vez por ello me permito volver a insistir en la urgente necesidad de una politización feminista para la mujer migrante en tránsito, con ello me refiero a la educación en feminismo, a la búsqueda de recursos de ayuda y apoyo a través de organizaciones feministas, apoyo terapéutico, trabajo en comunidades sororas por y para mujeres, concientización de clase, de género, de derechos.
El territorio de guerra en que el cuerpo de la mujer lucha y resiste, desde una concepción politizada, exige el derecho a la salud, al placer, al cariño y al respeto. Mi cuerpo, esa única y verdadera matria, merece la autonomía y la libertad, el cese de etiquetas y exigencias tanto estéticas como de clase, raza y nación. El cese absoluto de todas las violencias e imposiciones por parte de instituciones públicas y privadas articuladas a través de varones-soldado.