Estimado vecino de arriba:
Discúlpeme el atrevimiento de esta carta. Nos hemos saludado muchas veces, pero nunca hemos conversado.
Usted me parece una persona amable, razonable y trabajadora. Lo veo ir y venir del trabajo, llevar y recoger a su hijo del trabajo y lo escucho bailar salsa con su pareja y su pequeño los sábados por la tarde. Yo hago casi lo mismo, excepto por la salsa: a mí me encanta bailar y cantar rock and roll.
Por eso no pude dejar de pensar en las estadísticas que nos hacen parte de una misma comunidad, los pequeños detalles que nos hacen diferentes y el futuro de nuestra comunidad; cuando lo vi el martes gritándole a una persona de piel más oscura que la suya y cargando una mochila: “Lárguese a su país. ¡Aquí apenas podemos nosotros!”. Y venía atrás cuando lo escuché decir para usted mismo: “Qué bueno que los están sacando”.
Si le pregunto su opinión sobre la llegada de migrantes de Centroamérica y Haití a México, a Puebla, a su barrio, seguramente se llenaría de preguntas, emociones y opiniones en contra de esta comunidad. Es de lo más común y entendible sentirse amenazadas y amenazados por la presencia de nuevos grupos en una comunidad históricamente establecida.
Déjeme decirle que además no está usted sólo. De acuerdo con la última encuesta y reporte “México, las Américas y el mundo” del CIDE, la mayoría de los mexicanos no tienen una opinión favorable de las personas migrantes y no apoya la integración de migrantes.
El rechazo de México hacia los migrantes
Y esto lo tiene claro el Presidente López Obrador. “Cuidar” y “rescatar” migrantes a golpes y “ayudarlos” a volver a su país (o a Guatemala, aunque sean de Haití) en contra de su voluntad en vuelos nocturnos. Esto sólo es posible cuando el costo político está medido y es “inofensivo”. El Gobierno de México sabe que esas familias hoy están solas y que una mayoría de la sociedad mexicana hoy les da la espalda.
Y la nación mexicana no es la única. Estados Unidos fue más lejos: Un candidato que sabía que una mayoría estadounidense temía el crecimiento de la inmigración del globo sur creó una campaña de odio contra estas personas y se hizo Presidente. Y ya en la presidencia, instauró el momento más anti-inmigrante de la historia, acusando a los migrantes de ser enemigos del mundo, de la tranquilidad, de la paz. Se enorgulleció de separar padres migrantes de sus hijos e hijas para encarcelarlos por separado. Obligó al Presidente de México a “contener” el flujo y a recibir a solicitantes de asilo y protección que esperan ser admitidos a Estados Unidos.
Y ya instalado el terror y el odio anti-inmigrante en el mundo pues no hubo marcha atrás. Un nuevo Presidente llegó a Estados Unidos con la promesa de devolver la dignidad al proceso de inmigración y cuando vio las estadísticas y que a la sociedad regional no le importan mucho las vidas migrantes, guardó su promesa en el cajón y continuó el momentum de rechazo a la migración.
Promover el odio nunca termina bien
Pero las estadísticas de la historia, vecino, también nos demuestran que promover el rechazo y el odio hacia un grupo nunca termina bien. Y mucho menos cuando se busca sostener o alimentar un proyecto de país con ello. Mire a los alemanes en los 40s o a Estados Unidos contra el mundo árabe. Siempre parece que funciona, la ciudadanía se empodera, pero siempre genera grietas y conflictos posteriores que pueden terminar mal.
Después de una Segunda Guerra Mundial que casi acabó con la vida del planeta, el mundo entero se horrorizó con la destrucción y daño que puede causar hacer política sobre el odio a un grupo o una raza. Y sudando frío adoptó el compromiso de crear un marco de convivencia mínima que asegure el respeto a la vida del otro y la otra; más allá de la raza, género, clase o religión. Les llamaron Derechos Humanos.
Y entonces aquí viene mi reflexión de vecino a vecino:
las personas migrantes hoy están solas en las tierras a las que llegan, son acusados de ser los culpables de muchos de los males. Y se celebra a los gobiernos que los mantienen afuera de nuestras comunidades.
Pero las personas migrantes tienen nombre, apellido, lugar de origen y sueños de destino, como usted y yo.
Ver el trato del Gobierno de México y Estados Unidos a las personas migrantes a mí me pone a temblar, porque está demostrado históricamente que la violencia y la violación de derechos sistemática contra una familia, una madre o un niño que no cometió delito alguno es una amenaza para la comunidad global. Por una ley nueva, mañana puede ser cualquier otro grupo. Por su color, su apellido o su pasaporte. Usted o yo, digamos.
El futuro es mayoritariamente de los migrantes
También, está estadísticamente probado que mañana o pasado mañana, las hijas e hijos de las migrantes del mundo y una creciente generación de jóvenes a favor del respeto y la inclusión de las personas migrantes nos van a pasar la factura política del dolor y daño que causamos hoy en otros y otras para salvarnos. No se le olvida que las clases medias (si es que existen) cada mes tienen menos hijos, particularmente en Europa y Estados Unidos. El futuro es mayoritariamente de las mujeres, es del Sur y de los migrantes.
El poder que da el maltrato a las personas migrantes hoy es el puente que le abre la puerta a más violaciones de Derechos Humanos. El ejemplo de maltrato que damos hoy será la regla con la que seremos medidos mañana cuando pidamos respeto.
Vecino: rompamos la estadística. Protejamos los derechos de todos. De todas. Seamos ejemplo de respeto. Desafiemos el futuro haciendo lo correcto hoy.
Post Data virtual que invita a su vecino de arriba y a quienes leen esta columna a recordar que a principios del Siglo XX las comunidades migrantes africanas, obligadas a trabajar en los campos o encarceladas de por vida por delitos menores, usaron su canto y su voz para sobrellevar la vida y sentar las bases de lo que será el blues; que en 1968 un migrante mexicano se subió por primera vez al escenario de una festival de güeros llamado “Woodstock” y cambió la historia del rock; que en ese mismo 1968, un grupo de migrantes puertorriqueños, dominicanos y panameños se reunieron en las calles de Harlem y reinventaron el Son para crear la salsa; en 1978 un nigeriano, luego de recorrer el mundo, reinventó la música popular para crear el Afrobeat, y hasta el día de hoy, son los migrantes quienes mantienen viva la economía del mundo y la llama de la cultura y el arte.