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Huberto Meléndez | Formación extraescolar

“¿Cómo le vamos a hacer para levantarnos temprano, Julio?, el maestro de Danza nos citó a las seis de la mañana en el Auditorio Municipal para los ensayos de una danza nueva”, decía un joven a su compañero de estudios. Preocupados aprendieron a dormir con el subconsciente alerta para levantarse a la hora deseada, sin necesidad de reloj despertador.

Ensayarían una hora y luego regresarían a sus respectivas viviendas a almorzar rápidamente porque era regla de oro cumplir con las jornadas ordinarias de clases.

Asistían a cubrir las materias del Plan de Estudios Normalista de lunes a viernes, de ocho de la mañana a una y de cuatro de la tarde a siete de la noche.

Entre uno y otro horario se reunían por grupos, en equipos o en asamblea general para organizar actividades relacionadas con el arte, el deporte, la formación política, la producción, la cultura, la alfabetización, el desarrollo comunitario, porque la pretensión institucional era preparar profesores con una mística de arraigo en el medio rural, y una formación integral con todos aquellos aspectos necesarios de las rancherías y poblaciones pequeñas.

Durante un mes realizaron sus ensayos empezando con ejercicios de calentamiento, de resistencia, pues se requería fortaleza física y acostumbrarse a bailar descalzos porque se trataba de ejecutar una danza mestiza de la región huasteca. Conforme se aproximaba la fecha de la presentación, dedicaban una, dos, tres y hasta cuatro horas por la noche, pues también era necesario elaborar los accesorios para la interpretación con varas de carrizo, gorros, listones, utensilios de madera, cascabeles, entre otros.

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Nada disminuía su entusiasmo, las ampollas en los pies, los desvelos y desmañanadas, al ir adquiriendo dominio en los pasos, las evoluciones de la coreografía y, lo más difícil, en el conteo de los tiempos, acordes a la música. Era complicado distinguir en la grabación monótona, al estilo de los voladores de Papantla, Veracruz, inerpretada con una flauta y un pequeño tambor.

Se generó una gran expectativa en la escuela, porque los demás grupos percibieron que practicaban en secreto. El instructor quizá tuvo esa intención porque evitó citarlos en lugares y horarios concurridos por la comunidad escolar.

Contaron con la colaboración solidaria de las compañeras al confeccionar el vestuario, quienes al mismo tiempo preparaban una danza michoacana exclusiva para ellas. La ansiedad crecía en todos conforme se aproximaba la fecha del festival.

Después de la hora cero hubo caras desconsoladas y tristes, pues quizá los nervios, las dificultades para armonizar los pasos con la música, el pánico escénico, la presión de las expectativas, incidió en confusiones y tuvieron desaciertos en la ejecución.

Pasado el desaliento se dieron cuenta de los beneficios adicionales del esfuerzo. Adquirieron mejor condición física, ejercitaron la persuasión, la perseverancia, consolidaron la relación de equipo, desarrollaron habilidades dancísticas que les fueron útiles en otras presentaciones.

A veces la ganancia está en el proceso y no en el fin.