Aunque el final del Tratado de Libre Comercio (TLC) no será una tragedia económica para México, sí supone un escenario de menor crecimiento y de menores oportunidades si no se adopta una estrategia y una ruta clara para elevar drásticamente la competitividad de la economía mexicana.
Por más que terminar con el TLC le traiga también serios perjuicios a Estados Unidos, es claro que las propuestas que se pusieron sobre la mesa en la Cuarta Ronda de Negociaciones indica con claridad que el criterio negociador viene de la Casa Blanca, es decir, de Trump y no del Congreso.
Trump apuesta a que si se muestra decidido a terminar con el Tratado, tanto México como Canadá acabarán por ceder a sus peticiones proteccionistas y, entonces, Estados Unidos terminaría en el TLC igual que en la Organización Mundial de Comercio (OMC) con el trato de Nación Más Favorecida.
Por principio de cuentas, si el tratado se acaba, los productos mexicanos podrían seguir ingresando a Estados Unidos con los aranceles de la OMC que, en promedio sería de 1.9% aunque hay sectores que pagarían más como es el caso del agropecuario que, en general, tendría un arancel de hasta de 6.9 por ciento.
El problema grave en sí no reside puramente en lo comercial, sino en el hecho de que sin el Tratado de Libre Comercio la economía mexicana es menos atractiva para las inversiones nacionales y extranjeras, lo cual repercute directamente en la tasa de crecimiento, y crecer a menor ritmo, que el raquitismo actual, significa mayor necesidad de endeudamiento.
Como dijo la semana pasada Paul
Krugman, el premio Nobel de Economía, “sin el Tratado de Libre Comercio México sobrevivirá, pero será más pobre.”
Es claro que no podemos conformarnos con ese pronóstico y por eso el final del TLC deberá ser la oportunidad para que México replanteé su estrategia total como país y dé pasos acelerados hacia un sistema donde haya menor presión fiscal, mayores facilidades para hacer negocios, un Estado más pequeño y un estricto apego de sociedad y gobierno, al Estado de derecho.
Ésta es una fórmula probada. Es la que han utilizado los países asiáticos que en unas décadas han elevado el bienestar de sus poblaciones.
Es la estrategia que permitió a Hong Kong pasar de una isla rocosa que recibió Inglaterra allá en 1860 a tener un mayor ingreso per cápita que el Reino Unido; fue la salida para hacer de Singapur el segundo país con más ingresos per cápita del mundo y el que ha hecho de Corea del Sur una potencia económica.
El futuro podría conducir a Estados Unidos a tratar de firmar acuerdos comerciales bilaterales, pero dada la elevada integración económica de la región parece no ser una buena salida para nadie.
México necesita reafirmar su compromiso con la apertura comercial, dinamizar los 40 y tantos tratados que tiene con otras tantas naciones y negociar la apertura de los mercados nacionales, que son apreciados por su tamaño, con otros países.
Por ejemplo, el mercado de granos de México, uno de los más grandes del mundo, sin duda, interesará a los argentinos y, como éste, hay varios casos.
Pero, a fin de cuentas, el final del Tratado de Libre Comercio debiera aprovecharse para convertir, por fin, a la economía mexicana, en un turbo que eleve el bienestar de la población en general.
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