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Repartir culpas, olvidar culpables

¿Qué significa clamar justicia ante un crimen atroz como el cometido contra Mara Fernanda Castilla o contra tantas otras mujeres en nuestro país?

Según organizaciones no gubernamentales, en México son asesinadas anualmente más de 2 mil mujeres, con un índice de impunidad del 98 por ciento.

Pero ¿hablaríamos de justicia plena aun cuando se procesaran y condenaran a la totalidad de criminales de género?

Mientras tanto, ante la muy entendible rabia e impotencia, nos da por repartir culpas entre las autoridades civiles, las fuerzas policiacas o militares, las empresas de transporte privado o público, o incluso el ya choteado #FueelEstado que a menudo nos hace olvidar a las mismísimas bestias –no se pueden llamar de otra forma- capaces de violar y asesinar a mexicanas inocentes.

No pretendo de ninguna forma ignorar un problema de violencia de género en la realidad mexicana, ni que lamentablemente en nuestro país todavía exista una visión machista que en pleno siglo XXI aún pone a muchas mujeres en desventaja o franca vulnerabilidad en su entorno cotidiano, desde que nacen y durante toda la vida ya sea en la propia familia, en la escuela, en el trabajo o en la calle. Vamos, en su existencia habitual.

Pero la repartición de culpas y el propio sistema de procuración e impartición de justicia parece hacernos olvidar a los culpables de facto, como Ricardo Alexis, cuyo apellido o rostro no podemos conocer plenamente por el principio de presunción de inocencia, así sea arteramente capaz de cometer el salvajismo de atentar contra la integridad de jovencitas que caminan por la calle o que osan salir solas a divertirse.

Sin duda, algo se hace mal en descompuestos entornos familiares que generan violentos machos convencidos de que la mujer es un objeto de deseo sexual, un ser que no tiene derecho de expresarse plenamente sin ser sujeta a prejuicios y por tanto a bajos y lascivos instintos en contra de su voluntad o consentimiento.

Claro que hay deleznables personas –hombres y mujeres- que sin ser autores materiales de agresión alguna, justifican lo inaceptable en la supuesta responsabilidad de las propias víctimas por su actitud, por su vestimenta o por su madrugadora soledad.

Nadie en su sano juicio puede negar la crisis de seguridad en México ni la existencia de amplias redes de trata de personas. Incluso se pueden criticar los filtros que empresas como Cabify o Uber emplean para contratar operadores decentes en vez de criminales consumados o potenciales.

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Podemos analizar las inaceptables cifras de agresiones sexuales y crímenes de género a lo largo y ancho del país, así como la respuesta social y jurídica ante ello.

Pero independientemente de las causales socioeconómicas, culturales, familiares y políticas o de la arcaica inercia machista en México, no debemos dejar de señalar y perseguir a los criminales: al chofer de Cabify que habría violado y estrangulado a Mara; al o los vándalos que ahorcaron con un cable telefónico a Lesly en Ciudad Universitaria; al perverso Carlos que asesinó a su novia Ximena y que solo fue encarcelado años después gracias a la tenaz lucha de la madre de la víctima o al taxista que trató de violar a una adolescente que caminaba de la escuela a su casa.

Tampoco a compañeros de trabajo o superiores jerárquicos que acosan a mujeres trabajadoras, o a cientos de novios, esposos, tíos o hasta padres que lastiman diariamente a sus propias cercanas, incluso de sangre.

Esos son los rostros de la maldad y de la perversión, cuyas acciones suelen “explicarse” porque las mujeres los “provocaron” con su forma de vestir o divertirse, con su independencia y libertad manifiesta a la hora que fuere. O simplemente por, aún niñas, ser mujeres.

Son quienes deben ser castigados con todo rigor.

Castigo, sí. Porque justicia sería que estuvieran vivas Mara, Lesly, Ximena o miles de mujeres de Ciudad Juárez, del Estado de México, de las comunidades indígenas o de cualquier lugar del país. Y que vivieran sin miedo, libres, plenas y felices.

Eso sería lo justo.  La realidad, aún con las bestias enjauladas, seguiría siendo injusta.

 

 

*Periodista, comunicador y publirrelacionista