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¡Rafa: tú no por favor!

Mucho hemos hablado en México de nuestro mal humor social, del hartazgo hacia los partidos políticos o en general de toda la cosa púbica, de la desazón por escándalos frecuentes de violencia, abusos, extorsión o corrupción.

Noticias negativas señalan implacablemente nuestros graves pendientes y retos, y hacen que nosotros mismos nos ubiquemos en los peores niveles de desgracia, del lado incluso de la desventurada Venezuela, con el solo hecho de echar un vistazo a medios o redes sociales.

Filtraciones de expedientes indagatorios sobre presuntos delincuentes –comunes o de cuello blanco- inmediatamente son arrojados a la hoguera mediática de la culpabilidad en inmediatos juicios sumarios.

La presunción de inocencia es algo que se queda casi siempre en el papel, porque cada quien emite su veredicto de inmediato.

Llama por eso poderosamente la atención el caso de Rafael Márquez, uno de los mejores futbolistas mexicanos de todos los tiempos, el eterno capital de nuestra Selección Nacional, ésta una de las pocas instituciones que hacen prevalecer un sentimiento de pertenencia, fe y optimismo, a pesar de los más grandes fracasos y tropiezos que pudiera tener el equipo verde.

Cuando se esparció rápidamente la noticia de que el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos tenía a Rafa Márquez en su lista de personas indagadas por presuntos vínculos con redes de lavado de dinero procedente del narcotráfico, a la sorpresa frente al escándalo siguió la no muy común duda en la mismísima plaza pública que clama justicia o hasta venganza en muchos otros casos.

¿Por qué Rafa? No. Esto no nos puede estar pasando. ¿Y si es una cortina de humo para olvidarnos del socavón, de Duarte y de Borge?

Rafita, el longevo futbolista, el filántropo, el tapatío por adopción que buscaba cerrar su brillante carrera con el equipo de sus amores, el Atlas. El “Kaiser” que tocó la cumbre de la élite deportiva en Barcelona.

A Márquez se le dio, se le da, el beneficio de la duda, o aun unas emotivas e impecables líneas de León Krauze, analista serio y brillante, pero también apasionado del futbol, que lamenta la permeabilidad de las garras del narcotráfico y sus múltiples y poderosos tentáculos.

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Krauze habló del desamparo generacional en el que nos deja esta noticia, porque podría cerrarle a los jóvenes una puerta de esperanza hacia el legítimo éxito, basado en el talento y el esfuerzo y no en la búsqueda del dinero fácil, aunque éste sea mal habido y esté manchado de sangre.

Como León, miles de mexicanos recuerdan de pronto que existe la presunción de inocencia, porque se resisten ver caer al ídolo, al referente en un país que carece de ellos y que los necesita más que nunca.

Yo mismo espero que Rafael Márquez defienda su caso y demuestre que si sus bienes o empresas se prestaron a lavar dinero ello haya pasado por desconocimiento u omisión, lo que no lo eximiría de responsabilidades.

Pero el beneficio de la duda del que goza este personaje nos muestra la necesidad de la sociedad mexicana por asirse de liderazgos emblemáticos que nos saquen del socavón de pesimismo y desesperanza en la que México está atorado, a pesar de innegables y medibles progresos en los últimos 30 años.

Nelson Mandela reunificó Sudáfrica en torno a un juego nacional, el rugby.

México tiene en el futbol una de las pocas coincidencias generalizadas en el ADN nacional. Lamentablemente, más allá de la circunstancia personal de Rafa Márquez, se sabe que la industria del balompié está llena de recovecos oscuros en donde lo mismo hay corrupción simple y tráfico de influencias, que dinero sucio y mafias sofisticadas.

En un deseo que seguramente resulta ingenuo, espero que el caso Márquez no sólo termine en que Rafa limpie su imagen, sino en un definitivo llamado de atención para dignificar el deporte que nos une como mexicanos, el que nos hace increíblemente tolerantes, pacientes y optimistas en la construcción de un México ganador.

Justo lo que necesitamos.