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Estado de México, las elecciones del hambre

A unos días de efectuarse las elecciones para gobernador en tres estados: México, Coahuila y Nayarit, y para elegir a 212 presidentes municipales en Veracruz, en el primero se prefigura lo que bien podría llamarse una “elección de Estado”, y cuyos votantes a capturar son los más pobres.

Muchas han sido las denuncias y las evidencias de que, en el Estado de México, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) está gastando una cantidad impresionante de recursos económicos para asegurar que su candidato, Alfredo del Mazo Maza, gane las elecciones el domingo 4 de junio. Se ha hecho evidente también la participación tanto de las autoridades estatales como de las federales en dicho proceso.

Pero no se piense que se habla sólo de oído o que se sospecha del partido que hoy ocupa la Presidencia por una fama bien ganada y que se achaca al “nuevo PRI” aquello que hacía el “viejo PRI”. Ciertamente, los métodos han cambiado, no para bien, por supuesto. A las “antiguas técnicas” se han sumado otras que incorporan el uso de las nuevas tecnologías como los celulares, así como la entrega de dinero electrónico.

En el Estado de México se ha hecho un despliegue tal que ni el pudor ni las ganas de disimular ni el miedo a violar las cada vez más perfectas leyes electorales han hecho su aparición. En gran parte, por la inacción de una autoridad electoral estatal y federal omisa, que se escuda en esas mismas leyes para afirmar que no hay tal despliegue y que de haberlo no se puede actuar de oficio si los partidos afectados no hacen una denuncia formal y prueban sus acusaciones.

El punto aquí es que pareciera que el PRI quiere ganar la elección del Estado de México a como dé lugar, o al menos así se pueden interpretar las denuncias públicas hechas por el Partido Acción Nacional (PAN), Movimiento Regeneración Nacional (Morena) y el Partido de la Revolución Democrática (PRD), en torno a la cantidad de recursos utilizados y que ya rebasan con mucho los topes de campaña, poco más de 285.5 millones de pesos, a pesar de que los representantes de estos partidos, incluyendo al mismo PRI, acordaron, a petición de Morena, reducir 50 por ciento el tope aprobado por el Instituto Electoral del Estado de México (IEEM). Se entiende semejante despliegue, cuando se piensa que éste es el último y más importante bastión del PRI, en recursos, historia, símbolos y votos, y que de perderlo estaría prácticamente perdiendo también la elección presidencial de 2018.

Entre las acusaciones está la hecha por Ricardo Anaya, presidente del PAN, quien denunció formalmente ante la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales (Fepade) que el gobierno estaba desviando y entregando recursos públicos a través de la Central Campesina Independiente, a cambio de copias de credenciales de elector.

Igualmente, a mediados de marzo, el representante de Morena ante el INE denunció que los gobiernos, estatal y federal, estaban repartiendo “monederos electrónicos”; incluso antes del inicio formal de las campañas, una de las nuevas estrategias ya aplicada en la elección presidencial de 2012, las famosas tarjetas Soriana y las Monex Recompensa Sí Vale, para comprar votos en la entidad.

Morena denunció, asimismo, el uso de programas sociales para destinar recursos de la federación al Estado de México. El mismo Andrés Manuel López Obrador, denunció que Enrique Peña Nieto comisionó a varios de sus secretarios de Estado para operar un fraude electoral en el Edomex.

Por su parte, el PRD también ha hecho público el reparto de dinero y apoyos sociales con fines electorales por parte del Gobierno estatal y federal. Se sabe también que Alfredo del Mazo reparte tarjetas entre las amas de casa, por cierto, sin chip, para que de ganar las elecciones sirvan para que se les deposite el “salario rosa”. Esto por mencionar sólo unos pequeños ejemplos de la operación priista en el Estado de México.

Pero, ¿quiénes serán los sujetos a quienes se apliquen las viejas y nuevas técnicas para la compra y coacción del voto por parte del PRI? Antes de responder esta pregunta es bueno recordar esas técnicas tradicionales.

El acarreo, que ‘facilita’ la movilización de votantes proporcionándoles transporte, camisetas, abanicos, gorras, alimentos, refrescos, etc., para asegurar que lleguen a las casillas el día de las elecciones.

El mapache, operador encargado de toda la logística para que lo expuesto arriba funcione. A su vez, éste se coordina con otros “mapaches” situados en la mesa de votación.

La mesa que más aplauda, se trata de comprar a los funcionarios de la mesa directiva de casilla para que faciliten el trabajo del mapache y pueda operar libremente.

El carrusel, estrategia para votar varias veces por el mismo candidato utilizando para ello a un grupo de personas que recorren distintas casillas con varias credenciales falsas, para lo cual, se hace necesario que algún funcionario de casilla [un “mapache”] les permita votar de cualquier manera.

La urna embarazada, consistente en llenar de votos del candidato favorecido las urnas de votación. Puede sustituirse la urna por completo o rellenar con votos previamente robados en otras casillas electorales.

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La catafixia, en esta los “mapaches” de un partido dan a un elector una boleta marcada por su candidato, para que la introduzca en la urna y al salir entregue al ‘mapache’ la boleta en blanco que le proporcionaron los funcionarios de casilla, el proceso se repite una y otra vez.

El ratón loco, el votante (ratón) será confundido para que no pueda votar. Se intentará “enloquecer” al votante alterando la lista donde debería estar su nombre, enviándolo de casilla en casilla, donde se repetirá la estrategia hasta hacerlo desistir o cierre el colegio electoral.

La uña negra, consiste en neutralizar a escondidas el mayor número de votos adversos rayando todas las boletas posibles para que sean anuladas a la hora del conteo. Por supuesto, esto sólo puede hacerlo uno de los funcionarios de casilla [“mapache”] previamente ‘apalabrado’.

A estas estrategias se suman otras en las que los celulares desempeñan un papel central. Se pide al votante que una vez cruzado el nombre del candidato requerido en la boleta electoral, le tome una foto. Al salir, la muestra al “mapache” como prueba para recibir aquello que previamente se le haya ofrecido.

Una más, tradicional en su forma [pedir copia de la credencial de elector], y nueva en cuanto a lo que se ofrece [tarjetas o monederos electrónicos], es que a cambio de dicho documento, se hace la promesa de que al ganar el partido que las entrega, se les depositarán las cantidades negociadas. La famosa tarjeta del “salario rosa” es también una nueva modalidad.

Por supuesto, todas estas técnicas electorales fueron inventadas y probadas por el partido que más años ha ejercido el poder político en México, sin embargo, su uso no es privativo de ese partido, pues aquellos que ya han tenido la oportunidad de gobernar (PAN, PRD, PVEM) han seguido los pasos del maestro.

Se afirma que la del Estado de México será la elección estatal más cara de la historia, pues el gasto permitido a candidatos de los partidos políticos e independientes representa 84.82 por ciento de los 336 millones de pesos aprobados en gastos para la campaña presidencial de 2012; a pesar de que en la entidad sólo habitan 16 millones 187 mil personas, y en el país hay 119 millones 530 mil personas, de acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). Es decir, no hay proporción entre el número de habitantes y el nivel de gasto, si se compara con la última elección presidencial.

Lo paradójico es que las elecciones estatales más caras tendrán lugar en una entidad donde al menos 49 por ciento de la población se encontraba en situación de pobreza [más de 8 millones de personas] en 2014.

Es de notar, además, que el porcentaje de pobres en la entidad ha ido aumentando, pues de acuerdo con cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), en 2010, la población en pobreza en el estado representaba 42.9 por ciento del total; para 2012, el porcentaje llegó a 45.3 por ciento; y en 2014 a 49.6 por ciento, casi la mitad de los mexiquenses.

Entre éstos, 2 millones [15.9 por ciento] contaban con un ingreso inferior a la línea de bienestar mínimo —canasta básica—, en 2012, y el número se incrementó en 1 millón 500 mil para 2014. En el rubro de acceso a la alimentación, hubo un aumento de 3 millones de personas, es decir, que 21.3 por ciento no tuvo acceso a recursos alimentarios en la entidad en el mismo año.

Lo reprobable aquí es que se destine tal cantidad de recursos para comprar las voluntades de millones de pobres vía dádivas, tarjetas electrónicas, unos cuantos pesos, tortas, refrescos, gorras, playeras, incluso gasolina, en lugar de ocupar esos recursos en programas sociales que busquen disminuir los niveles de pobreza de la población objetivo de todas las técnicas referidas arriba. Todas estas estrategias y muchas más se aplican sobre grupos humanos cuya necesidad les hace obviar sus convicciones, preferencia electoral y tradición familiar.

El PRI apuesta a ganar estas elecciones comprando por enésima vez a su “voto duro”, cuyo perfil se vincula muy bien con las cifras antes referidas. El voto duro priista se compone en su mayoría de hombres mayores de 46 años, pobres y con escasa educación formal.

Es así que, para no variar, el PRI le apuesta a la necesidad económica, a la ignorancia y a la impuesta tradición de aquellas personas cuyas características las hacen las víctimas idóneas de un partido que acostumbra quebrar voluntades entregando migajas.

De esta manera, se anticipan en el Estado de México, las “elecciones del hambre”, si el electorado más joven, con mayor educación y mejores ingresos no sale a votar. Si la mayoría de los ocho de cada 10 mexiquenses que dicen querer un cambio se queda en casa soñando que algún día las cosas cambiarán por la acción de otros.


(*) Ivonne Acuña Murillo. La doctora es académica del Departamento de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México.