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Los voladores de Tamaletom danzan a los dioses y piden por la fertilidad de la tierra

Los voladores de Tamaletom danzan a los dioses y piden por la fertilidad de la tierra

El son que emana de una flauta de carrizo y de un pequeño tambor acompañan el camino de los cuatro voladores y el capitán que están por subir a un mástil de 15 metros de altura para representar la Danza del Gavilán (Bixom T’iiw), un ritual teenek de origen milenario para la comunidad de Tamaletom, municipio de Tancanhuitz, en el estado de San Luis Potosí.

Enclavada entre la riqueza y belleza natural de la Huasteca Potosina, la población indígena teenek –que algunos sugieren que su significado es “los que viven en el campo con su idioma y sangre, y comparten la idea”– está convencida de la importancia de preservar esta ceremonia heredada de generación en generación.

Al pie del palo se ha erigido una ofrenda y alrededor de este, las mujeres danzan en círculo con pasos cortos y rítmicos. De ahí parten los voladores ataviados de pantalón y camisa de manta blanca, de dos cintas en verde y amarillo que cruzan su pecho y portando en la cabeza un gorro de forma cónica adornado con plumas rojas; suben uno a uno al “palo volantín” para danzar a los dioses y pedir por la fertilidad de la tierra.

El capitán (k’ohal) viste de rojo y ocupa su lugar en la punta del madero, proveniente de un árbol que ellos mismos buscaron en el bosque y que han traído al Centro Ceremonial Maam Ts’itsin Inik. En las alturas comienza el ritual: invoca a las deidades haciendo sonar un silbato que imita la voz de las aves; bebe aguardiente y saluda hacia el este, de donde sale el sol; hace una reverencia al norte, voltea al oeste y hace lo mismo hacia el sur. En la minúscula cúspide en la que se posa, baila haciendo reverencia a los cuatro rumbos cósmicos.

Desde ahí los voladores se preparan para echarse al vuelo manteniéndose boca abajo y con los brazos extendidos para representar a las aves en vuelo, pues en las manos llevan unas plumas, teniendo como único soporte una cuerda enrollada a la cintura. En un acto simultáneo se sueltan de la estructura que los detiene, la gravedad ejerce su fuerza, y mientras giran y bajan de las alturas, el viento se hace sentir en cada poro de su cuerpo. La música que sigue sonando al pie del palo los conecta con este místico culto que reafirma su identidad ancestral. El capitán baja deslizándose a lo largo de la cuerda de uno de los voladores.

En 2009, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) declaró esta ceremonia Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad (PCI), que ejecutan diversos grupos étnicos de México, Guatemala y Nicaragua.

Recientemente, el Congreso de San Luis Potosí reconoció como patrimonio cultural intangible de la entidad el ritual que se realiza en Tamaletom [“el lugar de zacate de casa”], comunidad indígena agraria que se estima fue fundada hacia 1890 y en la que se cultivan mandarinas, naranja, caña, maíz y frijol negro.

POR LA PRESERVACIÓN CULTURAL DE TAMALETOM

La Danza del Gavilán o del Volador en Tamaletom es la única que se ejecuta en San Luis Potosí y ha prevalecido al paso del tiempo gracias a la práctica de múltiples generaciones de indígenas teenek de la Huasteca. Forma parte de la tradición de las culturas mesoamericanas que, aunque hablaron lenguas distintas y tuvieron tradiciones específicas, compartían su práctica en algunos lugares, dice a la Agencia Informativa Conacyt la doctora Claudia Rocha Valverde, investigadora de El Colegio de San Luis (Colsan).

“Los teenek de San Luis Potosí emanan de un tronco maya que se asentó hace más de tres mil años, aproximadamente, en la región Huasteca, donde empezaron a desarrollarse como civilización con edificaciones y tradiciones propias”, explica.

En 1937, el antropólogo francés Guy Stresser-Péan llegó a Tamaletom para investigar la Danza del Volador, se entrevistó con los ancianos de la comunidad y logró rearticular el ritual, que dejó de practicarse en las primeras décadas del siglo pasado. En sus investigaciones plantea el origen del volador en Tula, como parte de una tradición de la cultura tolteca y su posterior distribución al caer el imperio cuando comenzó a desplazarse por el territorio mesoamericano.

La investigadora comenta que en el siglo XIX la danza se realizaba en distintos municipios de la Huasteca Potosina, pero con el tiempo fue perdiéndose, quedando en Tamaletom los últimos vestigios, aunque con el riesgo de desaparecer a principios del siglo XX.

En la década de 1950 recobró vida esta tradición y se dieron los primeros pasos para el establecimiento de un centro ceremonial con el propósito de visibilizarla y mantenerla. Por iniciativa de la comunidad, a partir de 2011 se buscó la iniciativa de reconocimiento de patrimonio cultural del estado, y para ello se acercaron a algunas instituciones.

Fue hasta 2016, bajo el impulso del maestro Agustín Ávila Méndez, también investigador del Colsan, que se diseñaron y dirigieron los trabajos para la generación de la iniciativa de ley que reconociera el centro ceremonial y las tradiciones agrupadas a su alrededor.

“Fui designado por el Congreso del Estado como secretario técnico para elaborar un proyecto de consulta que permitiera valorar una iniciativa de ley previa. Cabe señalar que San Luis Potosí tiene la legislación indígena de mayor avanzada en el país por ser la más aplicable, en la que se plantea consultar a las poblaciones indígenas sobre cualquier asunto que tenga que ver con sus comunidades”, relata.

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Con financiamiento de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI), se implementó un proyecto en el que se propuso que la comunidad elaborara una iniciativa aplicable y en la cual se definieran beneficios tangibles para los miembros del centro ceremonial y la propia comunidad.

Fue así que se realizaron talleres para instruir a los habitantes sobre los principios de legalidad y la directriz para realizar las gestiones con las instituciones, a fin de que tuvieran un conocimiento analítico de la legislación indígena a nivel estatal, nacional e internacional.

El resultado fue más allá de la preservación de la danza de los voladores o del fortalecimiento del centro ceremonial porque alrededor de este se han recuperado conocimientos y tradiciones milenarias depositadas en la herbolaria y la medicina tradicional, así como lo relativo al arte ritual, el bordado y la música que giran en torno al son de una cosmogonía que alimenta estas expresiones culturales.

UN RITUAL CULTURAL

En la Danza del Volador, entre los indicios de México y América Central, Guy Stresser-Péan explica que la danza evoca el vuelo de las aves de manera sobrecogedora y su simbolismo obliga a plantearse importantes interrogantes sobre las relaciones míticas entre el cielo y la Tierra.

A decir de la doctora Claudia Rocha, esta danza —como otras expresiones de la cultura indígena— es una manera de entender el mundo por medio de las relaciones entre las personas y las fuerzas de la naturaleza, como seres sobrenaturales que regulan la abundancia y las catástrofes.

En la Danza del Volador, los teenek vuelan hacia el Gran Señor del Sol (Kychaaj) y ofrendan a la Madre Tierra (Miim T’sa baal) a favor de la fertilidad y la abundancia en las cosechas. Forma parte de un ritual complejo de varios días, en que los voladores participan de ritos preparatorios como ayuno, danzas nocturnas y un banquete ofrendado a los dioses, los difuntos y a los principales objetos de la danza.

Como lo narra Stresser-Péan en la obra que recientemente publicaron el Fondo de Cultura Económica (FCE) y el Colsan, la celebración incluye ofrendas y la selección, corte, traslado, preparación y levantamiento del palo volador, así como la colocación del marco giratorio (también llamado “manzana”).

Es importante el simbolismo que tiene subir a lo alto del palo para lanzarse al vacío, ya que para las culturas prehispánicas el mástil representa “el centro de la Tierra” o la quinta dirección, es decir, la comunicación del inframundo con el mundo superior, según recopila Jesús Jáuregui en Una comparación estructural del ritual del Volador.

TRADICIÓN ADAPTADA

Esta tradición ha prevalecido por más de dos mil años debido a que ha sido transmitida oralmente por los más “viejos” hacia los jóvenes de la comunidad, en muchos casos bajo el riesgo de desaparecer. A lo largo de la historia se ha ido adaptando al ser lo que vemos hoy, con rasgos particulares de las regiones que todavía la preservan.

La doctora Claudia Rocha, historiadora adscrita al Programa de Estudios Literarios del centro público del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), ha documentado el testimonio de don Agustín Crisóstomo Martínez, el volador más viejo de Tamaletom [de alrededor de 90 años] y quien ha instruido a los más jóvenes en el ritual. Él es una suerte de “eslabón” entre cinco generaciones, porque vio a su abuelo y a su padre volar, fue volador y enseñó la tradición a sus hijos y estos a sus nietos.

“Él nos dice cómo veía [la danza], cómo fue y cómo está siendo ahora. A la fecha ya no todos están interesados en saber de los nueve sones que se tocan y sus significados; aunque los capitanes han tratado de educarlos en la cosmovisión que rodea la danza, muchos de los que participan están más interesados en vivir una experiencia emocionante y llena de adrenalina”, dice en entrevista.

Debido a que las comunidades cambian y la migración es un asunto perenne en las regiones indígenas de México, el mayor riesgo es que la Danza del Volador deje de practicarse y, con el paso de los años, sea olvidada.

Conscientes de ello, los pobladores de Tamaletom han asumido el compromiso de mantener ese conocimiento que sigue vivo. Para ello se han organizado en torno al Centro Ceremonial y han logrado la declaratoria de Patrimonio Cultural Intangible de San Luis Potosí, el punto de partida para su preservación y el medio que permita el desarrollo de la comunidad.

“Se trata de una actitud de resistencia para mantener las tradiciones que, contra golpe y marea, han podido subsistir, porque los embates externos son muy rudos al momento de ser diferentes, por ejemplo en su lengua y vestimenta; han resistido con un contacto casi impecable y profundamente simbólico que tiene que ver con la Madre Tierra”, reflexiona.

[Esta investigación de Ana Luisa Guerrero se publica en Conexión Migrante por cortesía de la Agencia Informativa Conacyt].

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