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El verdadero dilema de Trump

No soy de lo que creen que el presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump (cómo cuesta trabajo decirlo), haya suavizado su discurso antimexicano como por arte de magia y –más aún- que a la hora de tomar decisiones se olvide de las amenazas que profirió durante su campaña en torno a la inmigración y al libre comercio mexicano con su país.

Hay razones para percibir más mesura (no toda la que muchos quisiéramos), pero no hay que bajarla guardia.

En realidad, el dilema de la administración de Trump a partir de que asuma el poder en enero de 2017 –tan sólo en cuanto a México se refiere- es cumplir con las promesas que le hizo a quienes votaron por él, o atender los intereses de la economía norteamericana en los últimos 25 años de libre comercio entre ambas naciones y Canadá.

Cuando los gobiernos de Carlos Salinas de Gortari y George Bush negociaron el TLC, muchos pensaron que era un candado para que México por fin se abriera al mundo y así se mantuviera en el largo plazo. Hoy, paradójicamente, veremos si ese tratado es suficientemente fuerte para que Estados Unidos no se cierre a la apertura comercial que ha hecho de Norteamérica un bloque decisivo en la competencia internacional.

Si bien la clásica hipocresía estadounidense ha mantenido algunos reductos proteccionistas a pesar del tratado (recuérdese la eterna discusión de que los autotransportes de carga mexicanos circulen en las carreteras gringas), es un hecho de que suprimir el tratado sería altamente contraproducente para Norteamérica, en beneficio de sus competidores europeos y asiáticos, sobre todo China.

Si se diera el escenario pesimista de la supresión del TLC, Estados Unidos enfrentaría aranceles más elevados del 7.7 por ciento para bienes industriales y 38.4 por ciento para agropecuarios si quiere seguir vendiéndole a su segundo mercado del mundo, o sea México.

Por otro lado, si las plantas armadoras automotrices norteamericanas instaladas en México regresaran a su nación original, y estas empresas tuvieran que pagar 34 dólares la hora a los obreros de Detroit en lugar de los casi 4 dólares que se pagan en Guanajuato, Sonora o Coahuila, se elevarían dramáticamente los precios de los automóviles en Estados Unidos.

No creo que Ford o General Motors –que ya fue rescatada en la brutal crisis financiera del 2008- resistieran esta situación. ¿O usted cree que sí?

Dice con razón Ramón Alberto Garza, periodista mexicano: “es como si nos empecináramos en México en fabricar algo que costaría 40 por ciento más caro, pero que por el capricho de un gobernante se cerraran las fronteras a productos fabricados en otras naciones. El perjuicio de salvar unos miles de empleos va contra la economía de millones de consumidores”.

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Ahí está el dilema: la población blanca de estadounidenses que se han sentido desplazados en sus trabajos por la apertura comercial votó por aquellos y lejanos años de bienestar en una economía más bien cerrada. ¿Les cumplirá Trump, para beneplácito de los chinos, por ejemplo?

El antipático magnate que ocupará próximamente la Casa Blanca no puede olvidar que si bien México le vende a Estados Unidos aproximadamente 300 mil millones de dólares al año, nosotros les compramos el equivalente a unos 200 mil millones de billetes verdes.

El esqueleto de la política comercial de Trump ha sido perfilado en un documento obtenido y difundido por la cadena de noticias CNN, y habla de 200 días de plazo para renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte o suprimirlo definitivamente al cumplirse ese periodo.

Es obvio que los poderosos intereses económicos lo presionarán para que no se cumpla la suspensión del acuerdo, y que el magnate busca ganar tiempo para negociar hacia adentro de su nación con una terca realidad que nunca está presente en las campañas, simplemente porque no genera votos.

Para México, y contra lo que dice la mayoría, creo que ese tiempo será oxígeno puro en el sentido de preparar una eventual renegociación de algunos puntos del Tratado, para hacerlo con vigor y defendiendo nuestros intereses comerciales, a la par de preparar un “Plan B” que no es otro que buscar nuevos socios comerciales en Europa y Asia, además de fortalecer nuestro mercado interno.

Ese es el dilema trumpiano.

Veremos si lo bocón (trompudo, pues), explica su apellido.

Por lo pronto, me quedo con la prudencia de las autoridades financieras y comerciales mexicanas, en espera de lo que venga (pero preparando el terreno), y con una declaración del líder empresarial mexicano: “no podemos ser ni optimistas irresponsables, ni pesimistas catastrofistas. A trabajar”.