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Hay que pagar las cabras | Huberto Meléndez Martínez

– Pero señora, por favor, es necesario que le dé permiso a Julián para que siga entrenando, debe ir a estudiar porque la preparación del equipo de este estado es muy intensa y necesitamos hacer un buen papel en el concurso nacional.

– No, maestro Julián se ha descuidado de sus obligaciones en la casa y no va a tener permiso de ir a perder el tiempo estudiando matemáticas.

– Dígame, por favor ¿qué es lo que hay qué hacer, señora, para convencerla de que es muy importante la participación de Julián?

– Maestro, Julián está a mi cargo y yo tengo que decidir sobre él, en estos quince días lo he mandado a cuidar las chivas y nos dimos cuenta que descuida el ganado, por andarse sentando debajo de los mezquites y ponerse a escribir lo que usted le encarga. Resulta que ya perdió dos cabras y quiero conservar mi ganado.

Esta airada conversación sucedía entre un profesor de telesecundaria, cuyo alumno había mostrado tener un talento sobresaliente para resolver problemas de matemáticas. Había ganado las etapas intermedias. Formó parte del equipo preselectivo hacia el evento nacional, a realizarse en Guadalajara, casi a fin de ciclo.

Tenía dos semanas de clase suspendidas por una epidemia que hubo en algunas partes del país, por esa razón Julián salía todas las mañanas a cuidar las cabras de la abuela.

Ella lo adoptó cuando su padre los dejó a él y a sus otros dos hermanos, su mamá no tuvo más opción que acercarse a la casa materna porque ahí había ganado y algunas tierras de temporal que podían garantizar el sustento de sus hijos.

Julián era un adolescente responsable, con un gran gusto por la escuela, pero también sentía la obligación de ayudar en las labores de la familia, era agradecido por haberles dado alojo en su casa. Era un joven serio, callado, receptivo, pero muy participativo en clase, especialmente en la resolución de problemas matemáticos.

El problema era que su abuelita ya no le quería dar permiso para ir a realizar los entrenamientos en la capital zacatecana. Su profesor lo trasladaba los 15 kilómetros de terracería que mediaban entre su comunidad y la sede regional, además de los 130 kilómetros de carretera que distaban de la capital del estado.

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La adversidad se ensañó con este joven estudiante, el año siguiente, apenas una semana antes del concurso nacional, falleció su mamá. Sus hermanos mayores decidieron cumplir la voluntad de su madre de que Julián siguiera estudiando.

Afortunadamente en este país (quizá en todo el mundo) hay profesores de este estilo, que por su compromiso vocacional hacen algo que va más allá del deber, es de los que la historia dice se convierten en héroes. Tiene un espíritu generoso y desinteresado, ocupado en pulir esos jóvenes brillantes que existen en los grupos escolares.

Actualmente Julián es un estudiante muy destacado en preparatoria. Es más desinhibido, participativo, expresivo y goza de un gran reconocimiento por parte de sus compañeros y de sus maestros.

Del concurso nacional Julián trajo una medalla de plata, incluso estuvo muy cerca de obtener una medalla de oro. Sí, obtuvo permiso para seguir asistiendo, porque aquella conversación entre el maestro y su abuelita concluyó con la siguiente negociación.

-Maestro, dijo la abuela, Julián perdió dos chivas, en este ganado faltan dos chivas y esos animales cuestan más o menos trescientos pesos cada uno.

El maestro sacó un fajo de billetes de su cartera (equivalente a más del 25% de su salario quincenal) y pagó seiscientos pesos a la abuela, ese fue el costo de las  cabras extraviadas por Julián.

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