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Dignificando la maternidad en tránsito: una partera y una combi

ra mediodía y la temperatura rebasaba los 45 grados, pero Ani no dudó en entrar a la habitación húmeda de ese albergue. Recostada en un colchón viejo la esperaba una joven haitiana que acababa de parir. La partera no sabía creole y la madre no hablaba español, así que en un silencio disimulado entre sonrisas tímidas y sudor, abrió su maletín para iniciar la revisión.

Ani y Valentín, su esposo, a quien conoce desde la universidad en donde fueron mejores amigos, conducen una combi y recorren los pueblos que atraviesa la ruta migratoria en el estado Veracruz, en el Golfo de México. Desde hace un par de años, decidieron habilitar ese vehículo como un consultorio móvil para atender de forma gratuita a mujeres migrantes que necesitan cuidados prenatales o niños que requieren higiene bucal al darse cuenta de la necesidad de servicios médicos para esta población.

Viajan juntos para visitar albergues para personas en tránsito, paran en estaciones del tren donde acampan cientos de personas en tránsito y se detienen en los retenes migratorios donde encuentran familias que se dirigen hacia el norte.

📷 Valentín, esposo de Ani, es dentista pediatra y la acompaña a dar consulta en albergues y otros puntos en donde se concentran personas migrantes en el estado de Veracruz. Foto: Alicia Fernández.

Desnutrición, infecciones vaginales y estomacales, además de lesiones por abuso sexual y deshidratación son algunos de los problemas que Ani ha encontrado en los cientos de revisiones que ha realizado a lo largo de dos años.

Aunque su vocación como partera es una herencia de familia, decidió atender a mujeres migrantes cuando miró la necesidad, después de que realizó sus prácticas en Partería y Medicinas Ancestrales, una organización civil ubicada en Tijuana que brinda servicios de salud sexual y reproductiva a mujeres en contexto de movilidad.

—Mujeres son mujeres no importa de dónde son, todas son igual de vulnerables, todas saben parir y la vida siempre quiere vivir… la vida siempre está ahí aún bajo esas circunstancias —asegura Ani.

Antes de comenzar una revisión, Ani pregunta a la persona si tiene su permiso, después de un sí, con sus manos alcanza sus cuerpos, toca sus barrigas, sus brazos y, a veces, el vientre. Intenta escuchar los latidos que se esconden dentro de la madre.

Pedirles permiso para revisar sus cuerpos no solo es un acto de respeto sino una forma de regresarles su autonomía, porque a lo largo del camino que transitan, dice Ani, pocos reconocen su derecho a elegir por el simple hecho de ser mujeres y, además, migrantes.

📷 Ani ha atendido a cientos de mujeres migrantes desde que decidió habilitar su camioneta como consultorio. Foto: Alicia Fernández.

La presencia de mujeres en tránsito en México ha aumentado en los últimos años. Un indicador es el número de Tarjetas de Visitante por Razones Humanitarias entregadas a mujeres en contexto de movilidad, el cual se multiplicó, al pasar de 10 mil 763 documentos expedidos en 2020 a las 41 mil 891 tarjetas entregadas de enero a agosto de 2023.

Además, el gobierno federal reportó que de enero a julio de este año se brindaron 31 mil 465 consultas por embarazo a mujeres extranjeras en servicios de salud públicos y privados, sin precisar su estatus migratorio.

Araceli Pineda, de la organización civil Pro Salud, explicó que junto con Unicef, realizaron un estudio con 600 mujeres migrantes en Tijuana y Mexicali, publicado en 2022, sobre atención en salud sexual y derechos reproductivos. Del total, sólo 50 aceptaron una revisión y en 10 casos identificaron desgarres vaginales o lesiones, lo cual indicaba la probabilidad de que sufrieron algún tipo de abuso en su lugar de origen o en su tránsito por México.

Ana Rosa Arenas, a quien todos conocen como Ani, tiene 37 años, un cabello rizado que controla bajo unas pañoletas que amarra en su cabeza y una sonrisa que mientras más se abre, más esconde sus ojos avellana.

Es veracruzana y dice que en ella habitan sus dos abuelas: una mujer que conoce de medicina ancestral y otra, una mujer de más de 60 años, partera en Las Choapas, un pueblo pequeño en el sur de Veracruz, en el ombligo de una de las principales rutas para migrantes que quieren llegar a la frontera norte.

De sus abuelas nació su vocación por cuidar y ayudar a sanar. Como su familia, Ani decidió echar raíces en Las Choapas, donde ella y Valentín tienen un consultorio privado en el que reciben pacientes. Él como un dentista pediatra y ella como partera, viven de eso, pero también atienden sin cobrar a mujeres y niños en contexto de movilidad.

Es de mañana, el sol arrasa y el aire quema, pero Ani y Valentín visitan una estación del tren en Coatzacoalcos, a una hora en carretera de Las Choapas, donde están cientos de migrantes, incluidas mujeres embarazadas y recién paridas. Al llegar, el olor a podrido se clava entre las calles y se concentra en el mar de gente bañada en sudor, unos en el suelo y otros parados.

Entre ese mar de gente está Jamie, una joven hondureña de 22 años que tiene ocho meses de embarazo y que escapó de su pareja. Cuenta que apenas le dijo que estaba embarazada y la quiso obligar a abortar. Los últimos días dice que había dormido sobre unos cartones colocados encima de la banqueta que le clavó un dolor de espalda.

Ani invita a Jamie para que entre al consultorio móvil, la combi donde será revisada por primera vez desde que pisó suelo mexicano hace un mes. Le pregunta a la joven si ya escuchó latir el corazón de su bebé y ella responde que no y que no ha comido desde hace días más que unas piezas de pan.

La partera saca un pequeño frasco de vitaminas y se lo entrega a la joven. Una vez que termina la revisión, Ani se traslada a un albergue a 30 minutos de distancia de la estación del tren. En el sitio la espera una mujer haitiana que recién parió y no habla español.

Se llama Ramenece, no tiene más de 30 años y, mientras estaba embarazada, cruzó la jungla del Darién, una zona entre Colombia y Panamá, donde cientos de migrantes han muerto, según han documentado organismos internacionales. La joven recuerda cuando caminaba abrazando de su panza y, al cruzar un río, el cuerpo de una mujer y un par de niños la golpeó en la pantorrilla. Dice que nunca había visto el cadáver de un niño.

📷 Ramenece, originaria de Haití, sostiene a su hijo mientras se encuentra en un albergue en el estado de Veracruz. Foto: Alicia Fernández.

Apenas comienza la revisión y Ani ya sabe que Ramenece tiene anemia. La delgadez, el cansancio, la respiración pausada que en cada inhalación presiona los huesos del tórax no le dejan dudas. Desde que tuvo a su hijo Ramsés, la mujer no ha podido comer sin que su cuerpo expulse el alimento. Ani le da un par de vitaminas que son para mujeres embarazadas porque considera que se trata de una urgencia.

Otra joven hondureña en el mismo refugio le pide ayuda a Ani, ella quiere saber si está embarazada. En su maletín también, la partera carga con pruebas rápidas de embarazo, le da una y la chica de 19 años regresa con el resultado. Aunque resulta negativo, le han detectado una infección urinaria.

Ese tipo de infecciones son comunes, explica Ani, cuando los migrantes van en tránsito, en camiones o por tren, es muy difícil que tengan acceso a baños y, cuando tienen, pocas veces están limpios.

Ani le recomienda acudir a un centro de salud para atender la infección, pero le advierte que será difícil usar el transporte público porque el gobierno local amenazó a los choferes con acusarlos de tráfico de personas en caso de que lleven a migrantes, aún en traslados locales.

Es casi medianoche y anuncian en el noticiero una tormenta, Ani y Valentín regresan a la combi y manejan por la carretera libre rumbo a su casa, en Las Choapas. Mientras escuchan la lluvia rebotar con furia en el techo de su consultorio móvil, paran en medio de la autopista frente a una casa donde ofrecen tamales, compran cuatro piezas para cenar y retoman el camino.

Para Ani y Valentín el trabajo aún no termina, esa noche llegarán a dormir un par de horas porque al día siguiente regresarán, de nuevo, a consultar migrantes.

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