20 de marzo de 2025

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Apuntes de la Diáspora | Migramos

Todos los días llegan, dicen, y el de irme con mi familia de mi lugar adorado llegó. Darío, Nicolás, Lola y yo nos tenemos  que ir de un lugar que ha sido no sólo el lugar donde está nuestra casa, también el que alberga a una comunidad de personas entrañables que queremos y admiramos. 

Esta Villa Olímpica que fue refugio para tantas familias sudamericanas que venían huyendo de los regimenes fascistas asesinos, que también es casa de artistas e intelectuales, de gente sensible y tolerante, de amigos y conocidos de toda la vida, una patria. 

Esta patria que durante la pandemia convocó a un grupo de madres y padres que decidimos oponernos al confinamiento y dejar que nuestros hijos salieran a jugar, asumimos el riesgo, y sin duda, fue lo mejor que pudimos hacer, porque los chicos pudieron dedicarse a lo fundamental en esos momentos: jugar al aire libre, sin miedo, sin prejuicios, e inventar un mundo posible en la imposición del reclutamiento.

Nuestra migración es forzada y tal vez por eso nos duela más, detalles menores o mayores hacen que la injusticia y el abuso por parte de un sujeto con “poder” sea determinante para que una situación obvia de ética y humanidad, se convierta en un lodazal de corrupción lacerante, desgastante, y finalmente, inútil. Ese es el poder corruptor del dinero y la gente que en él ve un valor humano intrínseco. Así la realidad.

El otro día conversaba con un músico migrante Venezolano, me llamó la atención que me contara que le ha sido muy difícil trabajar con el resentimiento y el enojo que tiene por haberse visto obligado a dejar su país, y pensé que en AA hay una frase que dice que el “resentimiento es veneno puro para un alcohólico”, ¿para qué persona no lo es? 

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Volver a sentir esa frustración, ese enojo, esa ira, argumentar de tantísimas maneras, de una y otra forma, darle vueltas y vueltas a un loop doloroso y sin sentido… Eso es perder la dulzura y la gracia, dejarlos a la intensa marea que implica muchas veces la ira justificada: puedo tener razón, puede ser justa mi causa, puedo seguir peleando ad infinitum, quedarme ahí, acomodarme; o puedo, siempre puedo, derrotarme y dejarlo ir. 

Entonces me toca agradecer esta experiencia, lo maravilloso que se queda grabado en mi alma y lo nefasto que también trae consigo su regalo y lección, por supuesto que también puedo dejar que nazcan maripositas en mi torrente sanguíneo y más que nunca abrazar la certeza de que no hay certeza, y que la vida es cambio permanente y que este trae su dósis de dolor, carajo, pero también de esperanza y alegría. Reconocer, sobre todo, que mis amigos, esos dioses de mi universo, se han manisfestado en solidaridad, dignidad y cariño.

¿Qué es un lugar si ahí no está la gente que amamos? ¿Qué sería de nosotros si al migrar dejáramos de amar a las personas que se quedan? ¿Qué sería de mi si dejara de honrar la vida y sus experiencias?