22 de marzo de 2025

| Dolar:$20.18

Apuntes de la Diáspora | Recuperar

Creo que no hay palabra más precisa, que describa mi sentimiento e intención respecto a mi vida íntima y mi vida pública. No hablaré de utopías como sanar, purificar, etcétera. Estoy más que nunca lejos de creer que existe algo puro, sin malicia o perversión en el bajoalfombra de cada acto. El egoísmo, el individualismo, el narcisismo, todas esas enfermedades de moda que nos mantienen en perpetua competencia tirándonos con balas de impotencia y desesperación entre nosotros, los de las guerras perdidas. Los que sabemos que no fundar, ni emprender, si no recuperar, es lo que apremia en tiempos donde la soberbia habla por todas las lenguas y se proyecta en todos los labios con esa voz impostada.

Hace algunos años, en un hermoso parque, a la vuelta del colegio de mi hijo, se reunieron chavales y también malandros, unos a fumar mota y a beber y otros a robar bolsas y carteras. La respuesta de la comunidad me pareció el reflejo de lo que pasa en todo el país cuando hablamos de inseguridad y narcotráfico, es decir, de doble moral y golpes de pecho.

La comunidad decidió satanizar el bello parquecito y aislarse en sus casas no sin cierto gusto culposo al afirmar que ese parque ya había sido tomado por la delincuencia, que era peligroso y que no habíamos ni siquiera de caminar por ahí. El miedo, el prejuicio y el cebarse en su condición privilegiada: yo soy sujeto de robo, no ladrón, yo bebo en mi bar privado, no en la calle, yo tengo un trabajo y un espacio donde divertirme y dinero para hacerlo y desprecio a esos delincuentes y les cedo el espacio público, porque lo mío, lo mío, es el ámbito privado.

Tal vez te interese:  OPINIÓN | Amal, la oportunidad de ver a la niñez y adolescencia migrante

En la medida que un sujeto piense que su acción e injerencia sólo se circunscribe al ámbito privado está automáticamente atentando contra el bien común. Una persona que no se compromete a tomar el espacio público como uno más de su comunidad está permitiendo la proliferación de todos los males que nos trae la tremenda ceguera de lo individual. Los rostros de los jóvenes masacrados en espacios públicos en Creel, en Cuernavaca, en cualquier lugar de este país, son una invitación a recuperar los espacios, a recuperar nuestro derecho a la plaza pública, a vivir sin miedo, un recordatorio de lo que no podemos permitir: sentirnos diferentes, no tener empatía.

En su casa, el vecino abogado se prepara un martini mientras estudia los estados de cuenta, y sabe, sabe que está robando a otro vecino que confió en él, pero enciende la música y le habla a su dealer para pedir un papelito de coca y un pelín de esa mota tan buena. Ese tipo, que en la escuela se da golpes de pecho porque la delincuencia ha tomado un espacio más poniendo en riesgo a su familia, sus adoradas hijas.