18 de enero de 2025

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Apuntes de la Diáspora | De la indiferencia al sobrevalor

Para nadie es un secreto que la economía informal mantiene a flote a muchos países de latinoamérica y al vecino norteño tan mogijato. Una de las fuerzas impulsoras de esta economía son las mujeres, que, lejos de identificarse con las figuras de la mamá luchona o la pobre señito que gasta el 100 por cien de su salario en su hogar y no en las cantinas, como asegura el macho político promedio; genera nuevos paradigmas de transformación de la materia prima, recolección, distribución y venta de productos. Todos los programas de recaudación se quedan cortos cuando se trata de regular esta economía, principalmente porque los gobiernos subestiman a sus generadoras y segundo porque se le encarga esta labor a señoritos de cuello blanco. La indiferencia hacia esta inconmensurable fuerza económica, laboral y social ha permitido que diversas mafias hagan de estas personas sus rehenes, ya sea para beneficios político–electorales o únicamente económicos. Esta indiferencia que se traduce en violencia cuando quienes generan esta riqueza no tienen acceso a la dignidad y el reconocimiento a su trabajo, me recuerda tanto a la diferencia entre la autoestima sobre valorada que tiene un hombre, por el simple hecho de ser hombre y la subvalorada por ser mujer. Lo in y lo out en materia de lo que está bien y mal.

Las mujeres debemos cumplir con una serie de exigencias esquizofrénicas para dar gusto a diestra y siniestra y aún así nunca somos suficientes. Clientas permanentes de la industria de la belleza y la nutrición, de la salud, la moda y la moral. Nada que ver con ese editor malo y panzón que se cree sex simbol al que el sistema homenajea con un reconocimiento para que se cebe a gusto suyo, de sus cuates, y para continuar el acoso de mujeres, mucho más talentosas que él, con su gafete de supremo empresario. ¿Cuántas denuncias públicas y privadas tiene este sujeto? Nunca son suficientes, se archivan a la hora de la autocomplacencia. Los hombres y la cultura de su autoestima, sagrada, absolutamente fantástica, sin relación con la realidad pero, ¿no se trata de eso el patriarcado? La ovación de pie para la construcción de dioses miserables. Triste destino pues, entre más alejados están de la realidad, más solos están. Nadie puede amar verdaderamente a quién construye su autoestima en una ficción opresiva. La muchacha le daba un beso al sapo panzón y luego iba a lavarse los labios, así empezó esa historia de amor, como tantas otras.

Pensé en mi amiga W, que prefirió morir a patadas por la cocaína, para no volver a ser gorda. Atizada por su novio, un macho violento y adicto, quien la juzgaba terriblemente por gorda: “yo conocí a W… la gorda“, “no podría andar con una gorda, qué desagradable, decía“. Este sujeto se miraba al espejo y veía a un príncipe encantado, un adonis divino, veía a través de las gafas dionisiacas, obviamente.

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Considero que buscar la victimización como argumento y razón para la reacción es un error ontológico, sin embargo, señalar con puntualidad cuando culturalmente se es nulificada, abusada y violentada, es un deber que tenemos cuando, sobre todo, por casualidad del destino, hemos tenido el privilegio de poder hablar y concientizar la profunda ignominia en que nos entierra esa autoestima masculina tan sobrevalorada.

Esta ola amorosa, a la par de la economía informal, en que la que a través de las redes sociales estamos conversando entre mujeres, es una herramienta de poder y autoafirmación que nos ha permitido querernos, cuidarnos, acompañarnos y visibilizarnos. Estas tecnologías de la comunicación han permitido que las mujeres nos organicemos, denunciemos y nos replanteemos una autoestima saludable y amorosa entre nosotras y para nosotras. Lennon cantaba “Womam is the slave of slaves“, yo añadiría que el hombre es el esclavo de su fantasía sobre sí mismo. Y es probable que esa fantasía sea mucho más difícil de derrumbar.

Con cariño, para mi amiga Mariel.