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Cruzando Líneas | La inconformidad que pica

A nosotros nos llegó el hartazgo. No hay mal que dure 100 años. Queremos poder y justicia, tenemos hambre de representación y equidad.

Muchos hablan por y de nosotros; por nosotros, entiéndase las comunidades de color, de bajos recursos, migrantes, de diversidad sexual, con discapacidad, los diferentes o peculiares, en fin, todos aquellos a los que la sociedad mayoritaria ha querido ignorar, porque al privilegio le molesta mucho querer cambiar el Statu Quo. Ellos, los otros, vociferan en nuestro nombre. No son aliados; son los que soban el caballo porque quieren montarlo.

Pero a nosotros nos llegó el hartazgo. No hay mal que dure 100 años. Queremos poder y justicia, tenemos hambre de representación y equidad. Y eso no llega solo. El hastío nos provoca el cambio.

La metamorfosis comienza siempre con una insatisfacción, con esa molestia que nos hace sentir ganas de vomitar, con el hartazgo que nos da la rabia y la impotencia y con las ganas de quemarlo todo o enviarlo al carajo. Pero esa inconformidad tiene que ser tan grande que nos impulse y nos obligue a movernos. Si la molestia se queda solo así, en furia por canalizar, no pasa nada.

Para lograr una transformación real no basta con el coraje, es necesaria la voluntad y un mapa; es combinarlo todo en una fórmula: lo bueno lo malo, lo que pasó y lo que viene; es decir, el cambio es el resultado de la ecuación de la insatisfacción multiplicada por la visión y el proceso.

Por años nos hemos acostumbrado a vivir ahí en inconformidad, la hemos convertido en nuestra zona de confort político y social, y despertamos solamente cuando nos echan un cascabel; luego vuelve la calma. Somos como ciclones temperamentales, de esos que cuando despiertan revolucionan y destruyen y yacen en la calma de la reconstrucción obligada. Por un momento lo movemos todo y luego soltamos el cuerpo en el confort y nos olvidamos de qué nos asqueó tanto para empezarlo. Con el tiempo, dejamos que nuestras puertas del arma rechinen y nunca aceitamos las ventanas del deseo. Nos cobijamos en paredes tan frágiles como nosotros mismos. Somos tan imperfectamente humanos como el ahorita, el Dios proveerá, el todo estará bien y el ya pasó.

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Además, están los otros, esos que hablan de y por nosotros; ¡qué cansado es vivir en defensa todo el tiempo! Si no fuera suficiente nuestra inconformidad y nuestra desidia, el barco del cambio se siente más pesado cuando abordan los que reman en nuestra contra, los agentes de choque, a los que no les conviene que cambie tu situación actual, a los partidos políticos que no les favorece el despertar ajeno, a los funcionarios que se han enriquecido con tu miseria, a los intereses especiales para los que sigue siendo un mercado muy lucrativo, a los amores tóxicos que te sofocan hasta apenas dejarte respirar, a los que les conviene que nada cambie… a los que suplican que te canses.

El 2024 es el año perfecto para retomar la fórmula del cambio, aquí y allá, con y sin ellos. Porque, no sé tú, pero a mí se me revuelve el estómago cuando pienso que somos un temporal solo cada cuatro o seis años y que mientras son los otros los que nos montan o nos ordeñan sabiendo que el coraje nos durará muy poco.

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