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#HistoriasDeMigrantes: Ángel y su historia de amor

A Ángel le chocaron y es posible que no le paguen. Pero todos los días se levanta con la ilusión de volver a Toluca a cumplir una promesa.

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Ángel sufrió un accidente de auto los primeros días de junio de este año. Él iba manejando, pero, como no tiene licencia, le pidió a la persona que lo acompañaba que “dijera que él conducía”.

El choque no fue grave, nadie salió herido, pero ahora “la aseguranza no me quiere pagar porque, según, el carro que me pegó cambió de dueño un día antes y me dicen que ellos ya no se hacen responsables del golpe”, lamenta Ángel.

Cada día se comunica con la persona del seguro para pedir el pago, pero la respuesta es siempre la misma: “no podemos pagarle porque el otro carro no tiene seguro, y ya es de otra persona. Le sugerimos que vaya a la policía para pedir el reporte del accidente”.

Ángel narra lo ocurrido esa noche en una de las avenidas más transitadas de la ciudad de Fort Worth en Texas.

“Estaba la luz roja y yo, pues estaba parado esperando el verde y, de pronto, alguien por atrás se estrelló en mi mueble”.

Cuenta cómo, del carro que le pegó a su Volkswagen Golf , bajó una persona que estaba tomada, “era también paisa. Se disculpó conmigo, pero eso de nada me sirvió para pagar el madrazo”, lamenta Ángel.

“A los pocos minutos se arrimó la policía, y le explicamos lo que había pasado; nos preguntó si teníamos seguro y, como los dos le dijimos que sí, él solo nos pidió que moviéramos los carros a una orilla de la calle para esperar a las aseguranzas, y por eso no nos dio ningún reporte”, recuerda resignado.

Ya han pasado varias semanas desde el accidente y Ángel, animado por un amigo suyo, se presentó en la policía con la esperanza de localizar al oficial que ese día de junio estuvo en el accidente, y pedirle el reporte que nunca fue emitido.

Cada mañana, Ángel le pide a su amigo que habla inglés que se comunique a la policía para poder localizar al oficial, pero, tras varios meses de intentos, aún no ha habido suerte y todo apunta a que no podrá cobrar el arreglo de su preciado carro.

Ángel y la jaula de puercos

Ángel llegó hace poco más de tres años a Estados Unidos. Él es de un pequeño poblado en Toluca, Estado de México. Tiene 23 años y se dedica a echar cemento en las calles o en fundaciones

para edificios, y a la remodelación en general de casas.

Él, a diferencia de muchos otros paisas que viven en este país, entró con visa de turista, por lo que no tuvo ningún problema para trasladarse a diferentes ciudades de Estados Unidos haciendo trabajos diversos.

Hoy, tres años después, Ángel ya no tiene permiso vigente para estar de forma regular en Estados Unidos. Pero, en realidad, eso no le quita el sueño, ya que era parte del plan. Vive con su hermano y otros compas, todos del Edomex, y él es el cocinero del grupo.

Lo primero en lo que se ocupó fue en hacer jaulas para puercos en Daytona; “pero en ese jale ganaba como 120 a la semana y, pos, así no me convenía; era fácil el jale, pero muy mal pagado”, recuerda Ángel.

Cuenta cómo, después de hacer jaulas en Florida, en donde trabajaba junto con aproximadamente mil 500 mexiquenses más, decidió venirse a Texas a “chambear” en la remodelación de casas.

“Aquí sacó como 900 dólares a la semana; aquí el jale se paga bien, no como en Daytona”, dice.

La renta del lugar donde vive se la reparten entre varios compas

y “viene saliendo como a 100 dólares al mes por persona”.

Ángel mide 1.65 metros, aproximadamente, y pesa unos 85 kilos; es el encargado de la comida en el departamento. Muchas veces, mientras trabaja en la remodelación de casas, está pensando en lo que hará de cenar cuando llegue.

—¿Qué es lo que más extrañas de México?

A mi mamá.

Ángel es un migrante mexicano que tiene muy claro su tiempo de estancia en este país: además de echar de menos a su madre y a sus hermanas, añora regresar a su pueblo.

“Yo tengo una historia de amor y, a finales de este año, me voy a regresar a cumplirla”, confiesa Ángel, mientras saca de su descolorida cartera una foto de su joven prometida.

“Dejé a mi novia en Toluca y me está esperando a que regrese pa’trás; le he estado enviando feria estos años para que se haga cargo de la construcción de nuestra casa. Ya casi está lista, me costó 700 mil pesos levantarla”.

Desde su teléfono celular, muestra varias imágenes de una construcción color amarillo canario con acentos azules en los contornos de las ventanas, misma que se encuentra en pleno campo, y en donde no se observan casas alrededor.

Además, sigue Ángel, también ha podido comprar unos taxis con lo que mandó del gabacho; todo listo para hacer una vida en México, asegura, sonriente, mientras detalla con pintura blanca las esquinas de una pared.

“Llegando a Toluca, me voy a casar”, dice convencido.



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