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Reconstruir | Alejandro Rodríguez Cortés

Pasada la emergencia derivada del terremoto, sin olvidar las muy lamentables pérdidas humanas y las miles de historias de desazón que no terminarán pronto, México enfrentará una larga, compleja y costosa etapa: la reconstrucción.

“Las crisis representan oportunidades”, reza una choteada frase que de todas formas hay que repetir ahora.

Porque reconstruir no significa solamente volver a construir. El Diccionario de la Real Academia Española define también este verbo como “unir, allegar, evocar recuerdos o ideas para completar el conocimiento de un hecho o el concepto de algo”.

Reconstruyamos pues no sólo ladrillos.

Debemos reconstruir el tejido social para ser más solidarios no solo en la desgracia, sino en la cotidianeidad de nuestras vidas.

Reconstruir la ética personal para que seamos los primeros en respetar reglas de convivencia y leyes cuyo incumplimiento no solo es común sino hasta normal en nuestro México.

Reconstruir la confianza en nosotros mismos y así recuperar la confianza en las instituciones que son nuestras, no de las autoridades cuya lejanía no es fruto exclusivo de la indolencia de la clase política, sino de esa tendencia que tenemos de que –más para mal que para bien- todo es culpa del gobierno, y éste es quien tiene que resolvernos casi cualquier cosa.

Reconstruir no sobre los escombros de la corrupción, sino sobre cimientos sólidos de participación ciudadana, de cultura de legalidad, de respeto y civilidad, de exigencia firme en cuanto a transparencia y rendición de cuentas sobre la aplicación de políticas públicas y uso de recursos fiscales.

Reconstruir nuestra capacidad de actuar y producir, en vez de mirar y esperar.

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Reconstruir pero primero retirar y desechar el cascajo social, ese que corroe las estructuras antes de derruirlas por completo.

Reconstruir pensando que nuestros enemigos no somos nosotros mismos. Al contrario, frente a un enemigo común somos invencibles, como ha quedado fehacientemente demostrado al enfrentar –juntos- una tragedia como la de ya dos días 19 de septiembre, con 32 años de diferencia en que algo aprendimos, aunque aún nos falte mucho.

Reconstruir voluntades y esperanzas con las cientos de miles de manos que retiraron piedras, varillas y concreto para buscar vidas entre el polvo y los escombros.   Ahora hay que remover prácticas insanas, abusos, extorsiones y crímenes para buscar sobrevivientes de un México mejor.

Aprovechar para reconstruir la partidocracia de nuestro cuarteado sistema político, diseñado más para mantener privilegios que para dar cauce a nuevas ideas y propuestas.

Reconstruir vidas lastimadas por una pobreza inaceptable que muchas veces tratamos de ocultar, pero que un desastre natural desnuda violenta e implacablemente como acaba de suceder. Voltear hacia esas comunidades no solo para abastecerlos de  víveres, sino para llevarles bienestar y crecimiento.

La reconstrucción de infraestructura, de vivienda urbana y rural es en sí misma un reto gigantesco, que no podemos desperdiciar simplemente para edificar lo mismo.

Hay que hacerlo mejor.  Y ahí están para ello nuestros jóvenes.  Los “milenials” que a lo mejor no son capaces de levantar su cuarto, pero sí lo fueron para levantar a su país y mostrarnos que en ellos está la renovación nacional en los años por venir.