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Motivación docente | Huberto Meléndez Martínez

Salió del salón, y mientras caminaba por el pasillo, abrió la hoja de cuaderno doblada a la mitad, que había colocado entre las páginas del libro. La alumna lo abordó al concluir la clase, cuando se despedía del grupo con el acostumbrado “hasta mañana chicas, hasta mañana muchachos”. Los veintinueve escolares se ponían de pie para contestar a coro “hasta mañana”.

Esa niña, al levantarse de su pupitre, avanzó con pasos seguros hacia el maestro y con una cara sonriente, los ojos vivarachos, el brazo extendido y sin pronunciar palabra, entregó el papel, arrancado del cuaderno apresuradamente.

Los rayos del sol iluminaron las grandes letras que decían “Lo quiero mucho profe”.

Él quedó pensativo, pues recordó que la colegiala, sin ser la más cohibida y tampoco la más desenvuelta, hacía varias clases la veía prestar mayor atención que en las primeras sesiones. Un afecto sincero, motivado por quién sabe qué razones, quedó encerrado en el pensamiento del maestro, siguió dando el trato ordinario, igual que a los demás, y también advirtió la gradual concentración y cumplimiento en clase, de aquella jovencita.

Había aprendido de su experiencia docente, sobre las idealizaciones que eventualmente hacen algunos estudiantes de sus mentores. Conocía la frecuencia mayoritaria en el nivel de preescolar, pero en quinto de primaria consideraba poco común esta particular manifestación afectiva.

Procuraba ser ecuánime y justo en el trato hacia todos. En las subsiguientes clases escudriñó despistadamente la actitud de la niña. Nada extraordinario advirtió, salvo un mayor empeño para sobresalir, logrando cada vez mejores calificaciones.

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No sabía qué actitud había motivado esa revelación de la niña, pues consideraba haber sido explícito y retador en clase, con personalidad formal y rayando en la seriedad.

Tal vez le asista la razón a aquel notable pedagogo ruso Ánton Makarenko cuando afirmaba, hace ya un siglo… “Podéis ser secos con ellos hasta el máximo grado, exigentes hasta la quisquillosidad, podéis pasar por su lado sin verlos, incluso cuando procuran estar a vuestra vista, podéis ser indiferentes a su simpatía, pero si brilláis por vuestro trabajo, por vuestros conocimientos, por vuestra estrella afortunada, podéis vivir tranquilos: todos estarán de vuestra parte. Independientemente del campo en que se manifiesten vuestras capacidades, independientemente de lo que seáis: carpinteros, agrónomos, forjadores, maestros o maquinistas.

Y al contrario, por cariñosos que seáis, por amena que sea vuestra conversación, por bondadosos, afables y simpáticos que os mostréis en la vida y en el descanso, si vuestro trabajo va acompañado de reveses y desventuras, si se ve a cada paso que no conocéis vuestro oficio, si todo lo que emprendéis acaba mal, jamás mereceréis nada, a excepción del desprecio, unas veces condescendiente e irónico, otras veces violento y hostil hasta la destrucción, otras veces enojosamente mordaz.”

Terminó el ciclo escolar y el maestro tuvo siempre presente aquella motivación para realizar su trabajo, consciente de la percepción particular y diversa en cada estudiante.