¿Quién se juntará con quién? – Con la misma certeza con la que se anticipó lo cerrado y complicado que sería el proceso electoral para gobernador en el Estado de México y en Coahuila, podemos anticipar que la conformación o no de alianzas políticas entre los partidos definirán al ganador de la contienda por la Presidencia de la República en año siguiente.
Lo cerrado en los procesos que dieron por ganadores a los priístas Alfredo del Mazo y Miguel Angel Riquelme, ya gobernadores electos aunque quedan recursos por resolverse en los tribunales electorales, definen claramente el panorama para el 2018, en que los precandidatos visibles no podrían lograr por sí mismos y si bien les va, arriba del 30 por ciento de la votación que se registre en las urnas.
Incluso parece muy probable que aún para lograr esa tercera parte de preferencia electoral se requiera de las alianzas para perfilar la competencia presidencial.
En el escenario de que la pelea del 2018 será entre el PRI, el PAN y Morena, la resurrección del PRD en el Edomex –cortesía de Juan Zepeda- lo convierte en pieza fundamental para el tablero político, con mucho más peso específico que los otros partidos “satélite”, como son los aliados naturales de los priístas (Verde y Nueva Alianza), o los que probablemente decanten de nuevo por Andrés Manuel López Obrador (PT y Convergencia).
Los buenos resultados electorales que han registrado alianzas entre PAN y PRD –que no necesariamente han derivado en gobiernos que entreguen buenas cuentas a los ciudadanos- no hacen difícil pensar que algo así pudiera replicarse el año entrante, aunque todo dependerá de los procesos internos de definición de candidatos.
Así pues, si el destino del PRI pasa expresamente por la selección de su abanderado y de su unidad interna en un complejo escenario de opiniones adversas –a pesar de su muy cuestionado y reciente triunfo electoral- el del PAN se complica por los costos que ya enfrenta su líder Ricardo Anaya tras perder 2 de 3 procesos en este 2017, y la decisión que tendrá que tomar de seguir buscando la candidatura azul o bien impulsar una alianza con el PRD (claramente anti PRI y anti Peje), en la que él no sea candidato.
A eso parece orillarlo la actitud belicosa de Margarita Zavala y de su esposo el expresidente Calderón, o la más cuidadosa pero no menos intensa de Rafael Moreno Valle, dentro de un panismo que gobierna más entidades que nunca en el país.
Ahora bien, si el joven queretano Anaya lograra sortear esa compleja situación, el siguiente escollo sería Miguel Angel Mancera, quien se perfila para ser el abanderado del PRD y con ello posiblemente el gran definidor de la elección presidencial.
¿Por qué?
Porque los mismos votos que Juan Zepeda y lo que quedaba del PRD en el Estado de México fueron los que le hicieron falta a López Obrador para lograr el triunfo con su abanderada Delfina Gómez, serán los que el Peje necesite para llegar a Palacio Nacional en su tercer intento.
La pregunta será entonces si los amarillos van solos buscando el 15 por ciento de la votación o quizá un poco más –lo que reduciría la pelea entre priístas y morenistas- o finalmente aceptan una alianza con los panistas para terciar la competencia.
¿Pero quién sería ese candidato? ¿Anaya, Mancera o un tercero en discordia?
¿Y del lado del PRI? ¿Osorio, Videgaray, Narro, Meade?
Porque, y aunque ya no falte mucho, el único seguro en la boleta electoral presidencial sigue llamándose Andrés Manuel López Obrador, quien vuelve en estos días al terreno donde parece sentirse más cómodo: el de la auto victimización por supuestos o reales fraudes electorales, el de la impugnación y el del pueblo bueno que lo idolatra en contra de la perversa y omnipresente mafia del poder.
Pero, a pesar de eso y de que hace no mucho las satanizó, AMLO analiza ya seriamente las alianzas como condición necesaria para por fin ganar la elección constitucional.