Un buen maestro – Con la preocupación reflejada en la cara, los profesores Enrique y Horacio, dos funcionarios de primer nivel de la región semidesértica en asuntos educativos, llegaron a una oficina de la Secretaría de educación, abrigando la esperanza de encontrar respuesta a la necesidad de localizar los maestros suficientes, para iniciar las clases en una docena de comunidades de su comarca.
La angustia fue creciente conforme pasaban los días, las semanas y ahora, a casi dos meses de iniciado el ciclo escolar seguían sin solución. Abrumaba el peso de la responsabilidad de proporcionar el servicio educativo a niñas y niños en aquellos lugares. Se intensificó la búsqueda de mentores, se sacaron del archivo las solicitudes de empleo, el listado de docentes recién egresados, para otorgarles una plaza y llevaran la educación por aquellos rumbos.
Han cambiado los tiempos, en otras épocas hubiera sido relativamente sencillo encontrar a alguien que quisiera asumir ese reto, pero actualmente, a finales de la segunda década de este siglo, fue difícil encontrar mentores dispuestos a cumplir con esta importante tarea.
Entre decepción, escepticismo, desencanto, sorpresa, los encargados de contratar a los educadores, estuvieron recorriendo el registro de solicitantes, e intrigados escuchaban las razones, rechazando la oportunidad. Decepción porque no aceptaban el puesto argumentando lejanía geográfica de sus lugares de origen. Escepticismo por la negativa de aceptarlo, a sabiendas de la existencia de un desempleo acentuado en el estado. Desencanto porque se pensó que el cursar la carrera, había proporcionado convicciones, filosofía o mística para acudir al llamado de la Patria. Sorpresa porque las preguntas de los aspirantes denotaban la pretensión de encontrar un empleo en un medio confortable y placentero.
¿Hay internet en esa comunidad? ¿Tiene señal para el teléfono celular? ¿Hay carretera o medio de transporte? ¿Cuánto voy a ganar? ¿Hay cable de TV? Eran las preguntas de los entrevistados. Aquellas localidades necesitadas de maestros eran aisladas, lejanas, sin agua potable y con una necesidad de cultura, instrucción y desarrollo, que sólo la educación puede proporcionar.
Algo sucede en los programas de estudio de las escuelas formadoras de docentes, se advierte vacío en la adquisición de convicciones, en el conocimiento de las motivaciones de los educadores, en la importancia del desarrollo de la comunidad, en la comprensión de la nobleza de la profesión. En todas las escuelas hace falta una buena maestra o un buen maestro, pues colaboran de manera importante, con la responsabilidad de la formación de los habitantes de un pueblo.
Contribuyen en la asimilación de valores adquiridos en la familia, en las formas de acceder al conocimiento, a la práctica de buenos hábitos, al descubrimiento de sus capacidades, habilidades y talento.
Es la escuela, el lugar donde puede adquirirse lo necesario para lograr ser una persona eficiente en el trabajo, relacionarse con su familia y sus vecinos, sensible hacia la ciudadanía, solidaria con los suyos, aprender a tomar decisiones acertadas, construir mejor futuro.