Una fotografía manipulada circuló profusamente el sábado en las redes sociales. En ella se ve el presídium de un evento conmemorativo del 24 de febrero, con una mampara atrás que rezaba “Día de la Vandera”, así con “V”.
Si bien un error ortográfico de ese tamaño hacía casi obvio que se trataba de una imagen falsa, muchos la dieron por cierta y procedieron a críticas y burlas que no cesaron aun cuando se demostró que la imagen había sido objeto de un “photoshop”.
Lo anterior no es ninguna novedad. Si bien Twitter, Facebook y YouTube han revolucionado la comunicación humana, también se han convertido en generadores de “realidades alternativas” que generan distorsiones malintencionadas.
Por eso hoy más que nunca hay que ubicar y seguir fuentes confiables en esa gran torre de Babel de las redes sociales, donde a menudo se mezclan realidad y ficción que no necesariamente responden a un fin lúdico sino tienen toda una intencionalidad política.
Los contenidos digitales no surgen por generación espontánea. Hay, como todo principio básico en comunicación, uno o varios emisores cuyos mensajes tienen intencionalidad, destinatario y objetivos específicos en la red.
La diferencia, en la actualidad, es que la oferta de información es infinita y el poder de penetración de los canales de comunicación es inmediato y mucho mayor.
Informarse por Twitter puede ser una buena idea si hacemos un ejercicio de depuración de cuentas a seguir, pero también si tenemos la capacidad de ubicar y matizar ideologías, tendencias o intencionalidades de los “timelines”, además de registrar identidades falsas o “bots”.
Lo anterior puede no ser tan sencillo, porque reclama tiempo, atención y sapiencia para no dar por cierto en automático cualquier publicación en las redes, donde convive lo mismo un “troll” que el mismísimo Presidente de los Estados Unidos, quien prefiere comunicarse vía Twitter que enfrentar directamente a los periodistas que le son incómodos en la Casa Blanca.
No es cosa menor. En mi artículo anterior señalaba la advertencia del Washington Post en cuanto a la amenaza que se cierne sobre la libertad de expresión, paradójicamente en un mundo interconectado y virtualizado.
Impedir el paso de reporteros del propio Post, del New York Times y de CNN a la sala de prensa de la avenida Pensylvania confirma el peligro y parece remitir a esos medios al Twitter, si es que pretenden enterarse de lo que Donald Trump les quiera comunicar.
De la misma forma, en México, las redes sociales son el escenario de dimes y diretes de nuestra política. Ahí se viralizó el escándalo presidencial de la otra casa blanca, la de las Lomas de Chapultepec, como sucedió con los viajes del dirigente panista a Atlanta, la intervención quirúrgica al Jefe de Gobierno del Distrito Federal, o los nuevos ataques contra el mandamás de Morena.
Los medios virtuales como canales de comunicación política y campañas.
¿A quién creerle? ¿A un respetado periodista que también llega a equivocarse con tal de “ganar la nota? ¿A un ciudadano común y corriente interesado en la vida nacional y con gran actividad tuitera? ¿A los “influencers” que han irrumpido ya como formadores de opinión pública? ¿A los cientos de miles de “bots” que fabrican tendencias?
¿Usted le cree al gobernador de Veracruz que vincula a López Obrador con el actual villano favorito Javier Duarte, o al Peje contestándole no directamente sino a través de las plataformas tecnológicas virtuales?
¿Hay que darle más valor a un tuit de Fox News que a otro de CNN o NYT?
Bueno, al final del día es lo mismo desde que existe la comunicación humana, pero hoy es –esquizofrénicamente- en tiempo real: “texto y contexto”.
Así que, ¡a aplicarse!