La política no goza en México de una concepción purista que esta palabra debiera tener por definición: “búsqueda del bien común o mayormente común”.
Todo lo contrario: en nuestro país “política” más que un sustantivo es un adjetivo que se asocia peyorativamente con todo lo negativo de la gestión pública, y no con iniciativas que persigan bienestar y mejor calidad de vida para los mexicanos.
Política es pues, grilla, componendas, acuerdos en lo oscurito, elucubraciones, traiciones, verdades a medias, mentiras completas, abuso de poder, corrupción, tráfico de influencias y un largo etcétera que yo cerraría con una última palabra: hipocresía.
La hipocresía que se necesita para que casi todos los políticos señalados por cualquiera de las linduras arriba descritas, salgan inmediatamente –ofendidos- a ofrecer explicaciones sofísticas con las que creen que equilibran sus pésimas calificaciones de percepción en la opinión pública.
Hipocresía para negar lo innegable y ofender la inteligencia de millones de mexicanos que, desgraciadamente, no tienen memoria colectiva que inmediatamente apele a pillerías anteriores de los mismos personajes en cuestión.
Hipocresía que culpa siempre a alguien de sus desgracias públicas, desde aquel concepto del que todo mundo habla pero nadie lo ha retratado como es el de la “mafia del poder”, hasta los perversos medios de comunicación obstinados en destruir reputaciones “honorables”.
Hipocresía para olvidar que los recursos públicos provienen del bolsillo de aquellos contribuyentes que pagamos puntualmente nuestras obligaciones fiscales. ¿Se han dado cuenta de la cantidad de veces que un político habla en primera persona del singular cuando se refiere al ejercicio de su gestión con dinero que no es suyo?
No quiero decir, en modo alguno, que basta con que se haga pública una noticia que acuse de algo indebido a cualquier funcionario. Todavía creo en la básica presunción de inocencia y en un proceso que, de no darse, nos convertiría en una sociedad selvática.
Pero la reincidencia en señalamientos contra personajes como Ricardo Monreal me hacen reflexionar en este sentido.
El Ricardo Monreal señalado por la organización “Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad” es el mismo Jefe Delegacional de Cuauhtémoc acusado de irrumpir violenta y autoritariamente en una producción del cineasta Alfonso Cuarón; es el mismo que gobierna la demarcación donde se han multiplicado los problemas de inseguridad y tráfico de drogas en la capital mexicana.
Monreal es el mismo exgobernador de Zacatecas que fue acusado varias veces de tener vínculos con el narcotráfico y de malos manejos en su administración; la misma persona cuya familia tiene rasgos caciquiles en su natal Fresnillo y que trató de imponer a su hermano en la gubernatura que él mismo ocupó hace algunos años.
Es el mismo priísta que era conocido como uno de los líderes del “Bronx priísta” de San Lázaro, en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, por su estilo pendenciero y fajador en la defensa de cualquier iniciativa presidencial que llegara a la Cámara de Diputados.
¿No lo recordaban? Es el mismo Ricardo Monreal que ha pasado del PRI al PRD, del PRD al Partido del Trabajo y de éste último a Morena, la franquicia política de Andrés Manuel López Obrador, de acuerdo con sus conveniencias e intereses personales.
Sí…..el mismo que aspira a ser el próximo Jefe de Gobierno de la Ciudad de México y que hará cualquier cosa para lograrlo. O sea, hacer política en su peor concepción: grillar, conspirar, engañar, traicionar, desviar recursos y luego rasgarse las vestiduras y declararse víctima de alguna conspiración malévola y dolosa.
Pero Monreal cree que somos tontos y que puede decir que “todo es una mentira” porque él “tiene pruebas”. ¿Cuáles? Actas de contratos de la Delegación que gobierna, algunos de los cuales se asignaron a amigos de su hija, contratistas zacatecanos que jamás habían trabajado en la ciudad de México.
Actas donde él no firma –por supuesto- como dice en entrevistas, orondo. Los mismos espacios periodísticos donde también presume que dichas actas fueron avaladas por la Secretaría de la Función Pública federal, la misma institución que es perversa si exonera a Peña por la Casa Blanca, pero muy útil y creíble si se trata de su defensa.
Pero es hipócrita, no tonto.
Lo malo es que ya nos acostumbramos a que “política es todo esto y, desgraciadamente, mucho más.