“No fue el fracaso que esperaba pero tampoco el éxito que me hubiera gustado” resumía anoche –no sin notable desánimo- un querido y respetado colega que simpatizó con la iniciativa de la marcha anti-Trump y que asistió a ella.
El fraseo anterior podría referirse simplemente a calificar la movilización en la capital del país con base en el número de asistentes -20 mil, coinciden casi todos los cálculos- o en las incidencias durante su desarrollo.
Sin embargo, a mi juicio, el debate va mucho más allá de comparar una fotografía de Paseo de la Reforma el día de ayer, con otra del 27 de junio de 2004, donde cientos de miles de ciudadanos vestidos de blanco se manifestaron en contra de la inseguridad pública generalizada.
Aquella marcha, en un entorno de gran desazón y temor ciudadano por la violencia en México, se gestó en una situación diferente: en primer lugar fue convocada con mucho más tiempo y en un ambiente muchísimo menos polarizado del que lamentablemente padecemos los mexicanos a partir de 2006, un par de años después de aquella gran marcha, y que se acentúa en estos días.
El enemigo en aquellos momentos se presentaba real, peligroso, agresivo, pero difuso y etéreo. El de hoy tiene nombre y apellido y es obvio que hay mayoría que lo toma como tal: la figura, la persona de Donald Trump, presidente de los Estados Unidos de América.
¿Similitudes? Ambas marchas fueron calificadas como “de pirrurris”, aquella por el entonces Jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador, y ésta por sus eternos y aún nuevos seguidores. Se refieren, por supuesto, a que la calle es tomada por grupos ciudadanos que no lo hacen con frecuencia ni mucho menos, en un autogol de autodiscriminación o de franco reclamo de propiedad sobre las vías públicas.
¿Diferencias? De organización, convocatoria, logística pero –sobre todo- de firmeza y claridad en un mensaje único y contundente del que se careció el día de ayer.
¿Qué pasó? ¿Por qué se difuminó un prometedor mensaje de desprecio a las políticas de un vecino presidente xenófobo, racista y claramente anti-mexicano?
Me duele decirlo pero tengo que hacerlo: porque la polarización resultante del proceso electoral de 2006 ha prevalecido y se ha acentuado, y eso hace que en un México dividido en dos, el peor enemigo de un mexicano sea otro mexicano, aun cuando un extraño enemigo ose profanar con su planta nuestro suelo.
Esto es, ni siquiera el “Masiosare Trump” logró unirnos. Al contrario: la mezquindad de los intereses políticos y de las agendas electorales rumbo al 2018, los terceros comicios presidenciales donde participará el famoso Peje, hizo circular la perversa conclusión de que mostrar un país vigoroso, unido, orondo frente a la amenaza extranjera le diera a nuestro presidente Enrique Peña Nieto margen de maniobra para salir del grave problema de aceptación y credibilidad en que se encuentra.
Sí….es el presidente constitucional
Sí….su investidura es plenamente legal
Sí…..él negociará lo que haya que negociar con el gobierno de Trump durante los próximos 15 o 16 meses.
Pero no importa: ¡que se joda México!
Triste, porque el tirano en ciernes sigue con su agenda adelante, en la que lo mismo se retracta de una amenaza comercial a los chinos que se retrata sonriente con los mandatarios de Reino Unido, Japón y Canadá.
Triste, porque mientras eso pasa los mexicanos no somos capaces de dar una sola cara. Al revés: hay quien celebra que la marcha anti-Trump fuera un fracaso, si lo fue, y peor aun se jacta de que el magnate de la Casa Blanca se esté riendo de nosotros.
¡Qué vergüenza!