Por favor, contemplen que las comillas en el título de este texto lo despojan de literalidad. No estoy llamando a que no salgan a la calle el próximo domingo sino todo lo contrario: si deciden marchar, háganlo en el marco del espíritu de la convocatoria; es decir, en contra de Donald Trump y a favor de México.
Y si deciden no hacerlo, absténganse de calificar como “gobiernista” una iniciativa que busca justamente manifestar cohesión y no división, que es lo que pretende paradójicamente la nueva administración estadounidense a fin de debilitar a México y poner a su gobierno de rodillas para negociar con leonina ventaja.
Nada más y nada menos. En palabras literales, pues: ¡No inventen!
Me resulta patético que ni para esto nos pongamos de acuerdo. Que lo que debiera ser una convocatoria única se convierta en dos o más oportunistas llamados que lo mismo exigirán la renuncia del presidente Enrique Peña Nieto, o exclamarán –como en la ya choteada industria de las marchas callejeras- “es un honor estar con Obrador”.
Respetables posiciones políticas, pero odiosas desviaciones en un contexto en que las deberíamos dejar a un lado. Sigamos discutiendo las muy polarizadas posiciones internas en nuestro país, pero seamos capaces de mostrar comunidad ante el enemigo común por lo menos en esta ocasión en que las circunstancias nos brindan esa gran oportunidad.
No es un personaje, sino su investidura. No es un partido político sino un gobierno legalmente constituido. Y no se trata de darle un cheque en blanco, pero sí de mostrar un agravio común y la exigencia de enfrentarlo.
¿O acaso alguna de las organizaciones marchantes negociarán con los gringos? ¿Lo harán los candidatos o precandidatos que –otra vez- buscan aprovecharse de cualquier coyuntura para llevar agua a su molino?
No. Más allá de su nombre propio y de sus calificaciones en las encuestas, tenemos un jefe de Estado y de Gobierno que enfrenta un gran desafío y lo hará necesariamente por lo menos durante los próximos 15 meses.
¿Puede tanto la mezquindad política y los rencores derivados del encono entre adversarios partidistas como para no mostrar fortaleza ante quien nos ha ofendido como país una y otra vez?
¿No podemos por una vez en la vida pensar en llevar una bandera de México y no muchas de todos colores y sabores?
Si alguien no quiere ir por la razón que sea, ¿no puede dar el beneficio de la duda en vez de descalificar a priori y usar la eterna conspiración de las fuerzas superiores y malévolas que mueven los hilos del poder para favorecer al gobierno en turno?
Habrá sin duda todo tipo de expresiones en la marcha que no se deben ni podrán evitar. Pero sería extraordinario que por lo menos en la organización y la convocatoria nos pusiéramos –TODOS- de acuerdo en el fin primero y último de la misma.
Tiene razón Sergio Sarmiento en que la marcha en sí no cambiará nada. Pero si lo que se quiere es mandar un mensaje, mandémoslo: pero emitamos uno de unidad, no de una división que es terreno fértil para las absurdas políticas que Donald Trump perfila hacia nuestro país.
Nada nos ayuda que quienes consistentemente toman la calle sientan que les están quitando un derecho que por lo visto sienten como propio y único con expresiones que en todo caso resultan discriminatorias. Porque leo cuestionamientos en redes sociales sobre una “marcha de pirrurris” o una “manifestación pro-Peña”.
¡Por favor!
¡Es México, señores! Lo demás, aquí nos arreglamos.