La primera semana de gobierno de Donald Trump en la Casa Blanca ha sido una auténtica montaña rusa en la que el magnate ha terminado de mostrar el cobre de un ordinario hombre de negocios que no puede siquiera aspirar a tener una visión de estadista, mucho menos al frente del país más influyente del mundo.
El temible e irascible Trump se la ha pasado lanzando misiles en forma de “órdenes ejecutivas” o estridentes tuits que tienen materialmente en vilo al mundo entero, pero particularmente a un México que comparte una frontera de miles de kilómetros con Estados Unidos y que, además, es su principal socio comercial.
Repasemos: Trump candidato anunció que venía a México. Vino y al irse nos tundió. Trump presidente se adelantó en informar que Enrique Peña Nieto iría a Washington y, estando la delegación mexicana allá para preparar detalles, firmó con bombo y platillos la orden para la construcción del muro fronterizo.
La delegación se quedó un día más y logó “suavizar” el discurso del mandatario norteamericano, para que después su contraparte mexicano reiterara la posición azteca de no pagar el mentado muro pero sin cancelar la reunión programada para el martes 31 de enero.
Y luego, otra vez el madruguete: Trump se anticipó y dijo con todas sus letras que si México no pagaba el muro, entonces no tendría sentido la visita presidencial. ¡Caradura!
Es una suerte de evolución del “comes y te vas” al “pagas o no vienes”.
Por supuesto que el Presidente Peña canceló la visita. E hizo bien, aunque yo hubiera preferido que lo hiciera 12 horas antes.
Trump nos da la oportunidad de, con todo y nuestros problemas, nuestras disputas internas, México dé una cara de unidad, de dignidad, de exigencia de respeto que nadie le puede regatear al jefe del Ejecutivo.
Hoy, como nunca, Peña tiene la oportunidad de apelar al más profundo sentimiento nacionalista que convoque a tirios y troyanos para dar una sola cara ante la histórica crisis de hostilidad que viene de la potencia del norte hacia nosotros.
¿Y qué esperaba el magnate, si ya era demasiado que una delegación mexicana de primer nivel encabezada por el canciller Luis Videgaray llevaba ya 24 horas en Washington para negociar lo que ahora sabemos que es es innegociable?
Porque para Trump negociar es imponer. Las reglas son las suyas y la diplomacia es una caricatura, como lo es la prensa crítica, incisiva, indagadora.
Me quedo con las voces –que espero sean proféticas- que señalan la debilidad de Trump en cuanto a su estatura político-diplomática, misma que lo llevaría a debilitarse incluso hacia el interior de su país y de su partido, porque hasta ahora lo que vemos es una vergüenza.
Me quedo con la esperanza de que la ignorancia, la misoginia, la xenofobia, el burdo y ramplón pragmatismo del ocupante de la Casa Blanca lo arrinconen entre sus propias trampas y que él mismo pavimente el camino de su destrucción.
Por lo que hace a México, insisto en aprovechar la oportunidad de mostrar una sola cara. De que todas las fuerzas políticas y civiles, partidos, políticos, poderes, organizaciones no gubernamentales, instituciones autónomas, periodistas, ciudadanos, candidatos, nos unamos en un gesto de unidad ante la ignominia del aspirante a tirano, que puede graduarse como tal si el mundo no impide que renazcan ideas retrógradas de supremacías, de cerrazón, de proteccionismo, de retroceso histórico.
Vivimos momentos difíciles pero determinantes.
El enemigo está ahí. Se muestra tal cual es. La hidra del populismo fácil y de los nacionalismos aislacionistas quiere retoñar. No lo permitamos.
Mucho hemos hablado de las nuevas plataformas digitales de comunicación y de sus vicios e inconsistencias. Trump y su plebe las están usando a su favor. Hagamos lo que nos corresponde.
Es momento de unidad. Independientemente de los tiempos y circunstancias, hoy debemos unirnos en torno a nuestro Presidente Constitucional, que es quien legalmente nos representa ante el mundo y sus amenazas presentes.