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Aprendizajes no escolares | Huberto Meléndez Martínez

Aprendizajes no escolares – Acostumbraba permanecer en la comunidad, convencido de la necesidad de arraigo de los docentes en el medio rural.

Ese sábado estaba aseando su vivienda, pues entre semana sólo procuraba poner las cosas en su lugar, por su limitado tiempo al atender mañana y tarde sus responsabilidades educativas.

La denominada casa del maestro, facilitada para vivir mientras estuviera en esa ranchería estaba constituida por dos habitaciones, una la utilizaba para pernoctar, y contaba con muy pocas pertenencias. Una cama con una mesa pequeña a manera de buró y un guardarropa sencillo. En la otra estancia tenía un escritorio, un archivero, estante para libros y una mesa con algunas sillas para recibir las frecuentes visitas de sus estudiantes.

Como la casa no tenía ventana, el cambio de iluminación repentina de la estancia le hizo mirar hacia la puerta. Entró con inusual rapidez un ejidatario, el cual saludó simultáneamente a su intención de cerrar la puerta. A media apertura se detuvo para asomarse y verificar la ausencia de vecinos. El profesor le miró extrañado por la acción, le conocía y había confianza por el trato amable y frecuente entre ambos.

Era una autoridad del ejido y le dijo: Profe, quiero hacerle una pregunta bien fregona. ¿Qué debe hacerse en el caso de que una muchacha sea forzada sexualmente por un pelao?

El mentor quedó atónito, su falta de experiencia y de conocimiento específico le enmudeció por unos instantes. Conocía a la jovencita y no acataba a asumir alguna actitud que inspirara sapiencia hacia el señor, quien al notar su turbación, explicó pacientemente la situación.

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El drama familiar era impactante, la mamá se lamentaba llorando, que prefería hubiera muerto su hija, a soportar ante los demás la vergüenza de la deshonra.

Tenían dificultad para reconocer el forcejeo, pues el chamaco era soltero y seguía su vida normal en el poblado, sin mostrar temor y sin responsabilizarse del caso.

Cuando inició el Servicio social, siendo estudiante, le pareció extraño y quizá incomprensible el formato de trabajo: sus maestros les indicaron que debían presentarse en la comunidad desde el día domingo, ocupar los lunes a actividades académicas, y los martes para involucrarse en la vida social del entorno escolar.

Aprendió mucho sobre el funcionamiento del ejido, de la intervención de los programas gubernamentales en asistencia y desarrollo; de la vida familiar de sus alumnos, pero ante una problemática como la presente, sólo sintió desesperación e impotencia por el vacío de conocimiento para atender la situación. No pudo emitir sugerencia o consejo alguno a esta persona.

Esa fue una de las primeras ocasiones en que el maestro experimentó la insuficiencia en su formación profesional. Ahí no aplicaba el haber obtenido las mejores calificaciones y sustentado un excelente examen profesional en sus estudios normalistas.

Es compleja la función docente, pues se necesita la madurez, que puede adquirirse en la combinación de experiencia, la práctica y la formación profesional.

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