1 de diciembre de 2024

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El video: libertad, ética o compasión

En mis tiempos mozos, había una publicación llamada “Alarma” que circulaba por cientos de miles de ejemplares en todo el país, difundiendo detalles de crímenes, accidentes, balaceras –“nota roja”, pues- con imágenes más que explícitas que eran voraz y morbosamente consumidas por su amplio público lector.

Actualmente, hay posibilidad de subir esas mismas imágenes casi en tiempo real gracias a la tecnología de los teléfonos inteligentes, convertidos de repente en cámaras de foto o hasta video, y a las redes sociales.

Es obvio que la diferencia no solo es la inmediatez en la difusión de imágenes de sangre, sino la cobertura potencial y por lo tanto el número de personas que puedan verlas, incluidas los menores de edad que tienen fácilmente acceso a ellas todo el tiempo.

Participo orgullosamente en la producción de un exitoso programa noticioso que se transmite por internet titulado “Diario de Confianza” y conducido por Callo de Hacha y María José Cadena, influyentes personalidades del fascinante mundo de la comunicación digital

Cuando el pasado miércoles recibimos las primeras alertas sobre la balacera en una escuela secundaria de Monterrey, procedimos a hacer las confirmaciones pertinentes y a preparar la información para el programa de esa tarde. Y –como ya es una normalidad en estos días- inició un interminable flujo de mensajes, datos extraoficiales y luego oficiales, comentarios, teorías, versiones y más tarde imágenes de los terribles sucesos en el Colegio Americano de Monterrey.

El punto culminante: la filtración y viralización nada más y nada menos que del video que registró la cámara de seguridad instalada en el salón de clases donde un jovencito de 15 años disparó contra sus compañeros y su propia maestra, para después darse un tiro y volarse los sesos.

Terrible, aun cuando vivimos tiempos aciagos en que hay veces que pareciera acostumbrarnos a la violencia y a las imágenes asociadas con ella. Pero lo de Monterrey es un exceso, por la claridad de los hechos, por la nitidez de los rostros casi infantiles involucrados….por lo espantoso y dantesco del suceso

Primera pregunta: ¿quién diablos grabó de la pantalla donde autoridades revisaban ese video? Y peor aún ¿quién carajos lo subió a las redes?

Perdón por los términos, pero coincido con el vocero de seguridad del gobierno de Nuevo León, Aldo Fasci, quien calificó de estúpidos a los que pudieron hacer eso.

En el grupo editorial de “Diario de Confianza” discutimos si presentábamos el video o no. Decidimos no hacerlo.

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La discusión ahora se centra en conceptos como libertad de expresión, ética, moral o hasta “deontología”, que es la disciplina que aborda los deberes u obligaciones morales de cada profesión, en este caso la periodística.

El suceso, doloroso, oprobioso, vergonzoso, es un hecho noticioso y como tal no había manera, ni razón, para no difundirlo. Aún sin imágenes conmovería al mundo. ¿Había necesidad de proyectar el video, ese donde pudimos ver el rostro de un pequeño o de su maestra antes de desplomarse con sendos balazos en sus cabezas?

Me parece, lector, que más allá de discutir sobre el derecho que tenemos todos de conocer hechos de interés general; más allá de que hay una ley que protege la intimidad de niños y adolescentes en hechos delictivos o violentos; más allá de la autorregulación de los medios de comunicación a la hora de decidir sus contenidos; más allá de censura o autocensura (en este caso no la hay en quienes decidieron no publicar el video ni en la recomendación de las autoridades de no hacerlo), hay una palabra a la que apelo como seres humanos que somos periodistas, fotógrafos, blogueros, influencers, conductores, editores.

Esa palabra es COMPASIÓN.

Compasión (y respeto) por los padres de los niños brutalmente atacados, por los familiares de la maestra que cumplía con su apostolado diario. Incluso por los progenitores del desquiciado adolescente que consiguió un arma, aprendió a usarla y usó contra otros y contra sí mismo.

¿O ya no somos capaces de sentir compasión, porque nos acostumbramos ya a la violencia o porque tenemos “el deber de mostrar todo”, así sea hasta la última gota de sangre inocente de unos niños y de una joven docente?

Me quedo con las frases de dos respetados colegas periodistas. La primera: “plataformas tecnológicas en manos de gente con laxitud ética y cinismo”. Y la segunda: “el problema con este caso no está en los medios ni en las mochilas de los estudiantes, sino en sus computadoras o en sus dispositivos móviles”.

Reflexionemos. No para censurar los medios digitales, que además de constituir un retroceso en nuestra evolución comunicacional sería un despropósito porque ello es imposible. Pero sí para estar pendientes de lo que todos los días consumen nuestros hijos en el universo digital a su alcance.

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