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El discurso económico presidencial

El presidente se ha enfocado en repetir que la economía va bien y que bajar ligeramente la tasa de interés no era parte de un ajuste, pero no todo es tan fácil | Opina Alejandro Rodríguez Cortés

La economía no es una ciencia exacta pero tampoco es completamente veleidosa.  Por lo menos no lo es tanto como la narrativa del gobierno mexicano en esta materia.

Y no hablo de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, cuyo perfil mediático trata discretamente de cuidar lo que aun en la mal llamada Cuarta Transformación sigue siendo ortodoxia económica, sino de la Presidencia de la República, que no exceptúa a los temas hacendarios de la regla de que el titular del Ejecutivo sea vocero casi único del quehacer gubernamental.

En ese contexto, los temas de dinero público, ingreso-gasto, deuda, tasas de interés, inflación y tipo de cambio aparecen de cuando en cuando en la diaria homilía mañanera de Andrés Manuel López Obrador.

Las últimas dos semanas, a propósito de los resultados en el crecimiento económico mexicano, nos brindaron un buen ejemplo de los planteamientos acomodaticios con los que el presidente de la República hace convivir su idea de que “vamos requetebién” con la implacable realidad de la economía nacional, una de las 15 más importantes del mundo.

A finales de julio, y a pesar de que había desestimado que el ritmo de crecimiento económico había caído notablemente en el primer semestre del año, Andrés Manuel López Obrador se permitió sugerir al Banco de México bajar las tasas de interés, que es una de las formas -muy neoliberales, por cierto- de estimular la expansión productiva en épocas de contracción.  El “empujoncito” que solicitó al autónomo Banco Central reconocía lo que antes negaba: que el país tiene problemas con su estancada economía.

Quince días después, en medio de una crisis de mercados por las señales de recesión mundial, López Obrador “tocó madera” e insistió que “nosotros estamos bien y de buenas”.  Y apeló a la “virtud y a la fortuna”, citando a Maquiavelo. “Hemos tenido suerte y nos va a ir bien”, dijo con cierto desdén el presidente, apelando a la confianza y al optimismo. Pidió pues, nuevamente, un acto de fe.

Después de conocerse la decisión del Banco de México de bajar ligeramente la tasa de interés, como se le había sugerido unos días antes, el mandatario se atrevió a decir que esa decisión monetaria “demuestra que la economía mexicana está bien”.  O sea: la medida ya no era causa para corregir un problema, sino efecto de la realidad paralela que nos presenta cada mañana.

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Pero ahí no quedó la cosa, porque después se refirió a la explicación que el propio Banco de México dio al comunicar su decisión, en la que alerta sobre la incertidumbre provocada por decisiones de gobierno en materia económica y López Obrador se quejó severamente, ahí mismo y tan solo unos minutos después, de que Banxico opina más de la cuenta y que se quiere meter en el manejo de lo que corresponde al Ejecutivo Federal.

¿Entonces en qué quedamos?

A López Obrador no le pareció que un organismo autónomo, justo uno de esos que no les gusta, le dijera que ya hizo su parte y que ahora le toca a él hacer la suya. Incluso calificó su autonomía como “la arrogancia de sentirse libres”.

Ese es, pues, el sube y baja del discurso económico lopezobradorista.

El vaivén que caracteriza las mañaneras se apoderó también de los temas financieros, desdeñados a menudo por ser demasiado fifís.

El problema es que estos traspiés declarativos forman parte de la incertidumbre señalada por analistas nacionales e internacionales, esa que impide que fluya la inversión para crecer.  Esa que provocó la cancelación de la obra del Aeropuerto Internacional de Texcoco.

Esa incertidumbre que el Banco de México pidió muy respetuosamente disipar para que a su iniciativa de bajar la tasa de interés mexicana de referencia, sigan otras medidas contracíclicas que nos ayuden a enfrentar de mejor manera la crisis que viene.