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Cuaresma y retorno a la vida en cristo

La Cuaresma es un tiempo litúrgico de penitencia y conversión en la que los fieles se preparan para vivir los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo que se recuerdan en Semana Santa.

La Cuaresma se acerca nuevamente y he estado reflexionando sobre las palabras que escuchamos año tras año el Miércoles de Ceniza: “Acuérdate que eres polvo y en polvo te convertirás”.

Somos creaturas terrenas, descendientes de Adán y Eva, el primer hombre y la primera mujer que fueron formados del polvo de la tierra, según nos dice la Biblia.

Pero nacemos para ser hijos de Dios, renovados a imagen de Jesucristo, “el último Adán”, que bajó del cielo para mostrarnos el rostro de Dios y la verdadera imagen de nuestra humanidad.

En nuestros tiempos hay una gran necesidad de entender nuestra existencia en términos de lo “sobrenatural” o “celestial”. Vivimos en una sociedad regida por mecanismos y tecnologías, y nuestro pensamiento tiende a volverse finito y limitado a la tierra, determinado por lo que podemos ver y sentir, confinado a las cosas materiales.

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Pero la vida humana es mucho más que eso. Hay un mundo natural y también un mundo espiritual que está “por encima” de él. Lo terrenal está abierto a lo celestial, lo visible a lo invisible.

En estos 40 días de Cuaresma, quiero hacer un llamado para todos nosotros —empezando por mí—, a profundizar en nuestra concientización del misterio de nuestra vida en Cristo. Quiero que intentemos profundizar en nuestra conversión personal, en el corazón de los Evangelios y en los escritos del Nuevo Testamento.

Durante estos días de Cuaresma, quiero que retornemos a la figura de Jesús.

Tenemos que recuperar la Encarnación como el camino y la verdad de nuestra vida. Sabemos que Jesús, la segunda Persona de la Santísima Trinidad, se hizo humano por nuestro bien y para nuestra salvación.

Pero si nos ponemos a pensarlo, Dios podría habernos salvado de muchas maneras. Algunos escritores espirituales dicen que tan sólo una gota de la preciosa sangre de Cristo hubiera sido necesaria para ello.

En lugar de esto, Jesús eligió entrar en este mundo y pasar por todos los momentos de la vida humana, desde su inicio en el seno de una madre, hasta el final, cuando su cuerpo fue depositado en una tumba.

Al hacer esto, Jesús santificó nuestra existencia terrenal, haciendo de ella un camino al cielo. Como Él se humilló a sí mismo para compartir nuestra humanidad, nosotros podemos compartir ahora su divinidad a través de nuestra propia humanidad, a través de nuestra vida humana ordinaria.

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Jesús repitió en los Evangelios, una y otra vez y de muchas maneras diferentes: “Sígueme”. Su vida debe ser la forma y el patrón de nuestra vida.

San Pablo dijo que todos estamos llamados a ser “conformados según la imagen de su Hijo”. Los santos y los grandes escritores espirituales siempre nos recuerdan esta verdad: nuestro Padre celestial quiere ver a Jesús en cada uno de sus hijos, en cada una de sus hijas. Él quiere ver la imagen de su Hijo unigénito en ustedes y en mí.

El bautismo nos restaura para ser semejantes a Dios, semejanza que se perdió debido al pecado original de Adán y Eva.

Pero el bautismo es sólo el inicio, el principio del camino. El bautismo tiene como fin el encauzar nuestra vida en un camino de reforma continua, para asemejarnos a Jesucristo.

En el lenguaje de los escritores del Nuevo Testamento, Jesús nos ha dejado un ejemplo, llamándonos a seguir sus huellas, llamándonos a ser renovados en el espíritu de nuestra mente, a revestirnos de una nueva naturaleza, a ser transformados según el modelo que Él nos da.

En términos prácticos, eso significa volvernos más semejantes a Jesús en lo que pensamos y en lo que deseamos, en la manera en que tomamos las decisiones y en que actuamos. Estamos llamados a una renovación interior que ha de expresarse en una nueva actitud y dirección para nuestra vida.

¿Cómo hacer eso? Empezando por reflexionar y orar acerca de la vida de Jesús. Eso es, pues, lo que quiero tratar de hacer en mis columnas de la Cuaresma. Quiero reflexionar sobre aspectos importantes de la personalidad humana de nuestro Señor y sobre cómo podemos aprender de su humildad, de su tierna misericordia y perdón, de su celo por las almas, de su servicio amoroso a los demás, de su empeño en la amistad, de su manera de orar y de su amor, expresado como un sacrificio de sí mismo.

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No podemos cambiar el mundo o cambiar nuestra vida en 40 días. Pero podemos hacer un buen inicio en este sentido. Entonces hagamos de esta Cuaresma un tiempo en el que profundicemos en nuestra amistad con Jesús, en la reforma de nuestra vida, ajustándola más de cerca a la de Él.

Al dar comienzo a esta temporada santa de reforma y renovación, oren por mí. Yo estaré orando por ustedes.

Y recorramos también esta Cuaresma en compañía de nuestra Santísima Madre María. Las últimas palabras suyas que se encuentran registradas en las Escrituras, tuvieron lugar en el banquete de bodas de Cana, cuando ella dijo: “Hagan lo que Él les diga”. Pedimos, por su intercesión, el tomar en serio sus palabras y reformar nuestra vida, a imagen de la de su Hijo.

Texto de ACI Prensa /  Mons. José H. Gómez